jueves, 21 de abril de 2011

Momento de reflexión

Ayer Oprah Winfrey tuvo como invitado en su programa a un director de cine que se hizo famoso con películas como Dumb and Dummer y otros éxitos taquilleros. Este joven logró en poco tiempo lo que a muchas personas les toma una vida o tal vez no llegan a lograr nunca. Sin embargo, de la noche a la mañana, abandonó todas sus riquezas —casas lujosas, carros caros y todos sus lujos— para mudarse a un lugar mucho más pequeño, un remolque cerca de un área boscosa. ¿Por qué? Porque luego de sufrir un accidente mientras corría bicicleta y donde por poco pierde la vida, comprendió que no era feliz con toda la riqueza que tenía. Lo más impresionante es que, luego de quedarse con menos, se siente feliz.
Durante su conversación, hablaron de que la sociedad estadounidense se ha convertido en una sociedad competitiva en vez de ser una sociedad cooperativa; que la meta es lograr hacerse millonario sin mucho esfuerzo: los ganadores de los programas reality, casarse con alguien que tenga más dinero; por medio de demandas. De cómo los padres fustigan a los hijos para que sean personas “exitosas”, midiendo el “éxito” de acuerdo con la cantidad de dinero que el hijo amase. Y que tales cosas no hacen que la gente sea feliz, no que muera poco a poco por ser individuos infelices.
Este joven compartió en que la meta no debe ser llenarnos cada vez más de cosas materiales que, al final y a la postre, no nos hacen felices. ¿Dónde había escuchado esto antes? El dinero no es la meta. ¿Dónde había escuchado esto también? Hay que trabajar por lograr lo que nos hace felices.
Luego del programa me quedé pensando en que esta última ha sido la visión de mundo que he tenido desde hace varias décadas. He tratado de no ser víctima del consumismo desmedido que me lleva a que me valore y me acepte por lo que tengo y me menosprecie por lo que no tengo. Sin embargo, a veces he caído en la trampa de mirar a mi alrededor y decirme que no he tenido suerte porque no tengo un Mercedes o no vivo en una mansión. Sin embargo, amo el trabajo que hago y me ha provisto oportunidades para seguir mejorando personal y espiritualmente. No tengo ataduras porque comprendo que puedo deshacerme de lo que tengo en cualquier momento; o más aun, que puedo quedarme sin lo que tengo en cualquier momento. No quiero vivir atado a nada ni a nadie.
Lo más importante es valorar lo que tengo. Lo que poseo no lo tengo porque me hace más o menos que los demás. Tengo tranquilidad porque no vivo a la espera de que lleguen a la puerta para embargarme lo que tengo. No tengo lujos pero me gusta lo que he conseguido. En la pared del baño de mi casa hay un letrero que me recuerda que: cuando se es feliz cualquier lugar puede ser tu hogar.
Lo que nos hace felices es relativo y dependerá de la persona; ciertas personas son felices con menos; otros, con más. No hay problema. La idea es perseguir lo que nos hace feliz porque, cada vez que dejamos de hacerlo o vivimos de manera contraria a ello, morimos un poco más. No puedo perder de perspectiva que la felicidad no está en las cosas externas, sino que es esa energía pura y neutra --porque no asume posturas, prejuzga o condena, sino que deja ser-- que mora en mí. Tengo que alimentarla día a día para que contribuya a la armonía espiritual colectiva que tanta falta hace en el mundo.
En este fin de semana solemne, mi meta será tratar no pasar juicios sobre nada. Cada cual tiene su ruta y no soy quién para empujarle a que siga la mía. Todos somos libres porque somos seres que buscamos la perfección y la purificación de la mejor manera que la entendamos. Todos caminamos con un paso diferente y está muy bien.
(Escrito durante un momento de reflexión y de auto evaluación el 21 de abril de 2011.)

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