jueves, 14 de abril de 2011

Chequeo de rutina

No eran ni las 6:00 de la mañana cuando abrió la puerta del dispensario y vio que estaba lleno. Se quedó pegado de la puerta de entrada porque no sabía qué hacer y preguntó en voz alta:
—Alguien me puede decir cómo funciona esto.
—Mire, primero apriete el botón de la cita del día. Después coja un número del carrete para que le tomen los signos vitales —respondió una voz.
Miró a su alrededor buscando dónde sentarse y escuchó otra voz decir:
—Mire, siéntese al lado mío que está vacío.
Llevaba un libro en su bulto para poder leer mientras esperaba, pero la voz le inquirió:
—Usted parece que es la primera vez que viene, ¿verdad?
—No, soy socio de muchos años, pero hace tiempo que no venía. Esto ha cambiado mucho.
—A cada rato lo cambian. ¿Y a qué viene, al chequeo anual?
—Exactamente. Tengo una cita por la mañana con el generalista y otra con el oftalmólogo por la tarde.
—¡Ay, bendito, mi’jo! Eso no se hace.
—¿Por qué?
—Que ¿por qué? Porque, cuando le toque el turno con el médico de por la tarde, va a tener que esperar largo y tendido porque o el expediente lo tiene el médico de por la mañana o lo se le pierde en el desbarajuste que tienen las enfermeras.
—¿Y qué se supone que haga?
—Nada, mi’jito. Está chava’o. Digo, a menos que no vaya donde la asistente del oftalmólogo y se lo diga. Yo que usted cancelo la de por la tarde porque va a perder el tiempo. Es más, ni en días corridos se puede hacer eso. Yo lo que hago —aunque yo estoy retirado ya— es que saco una para el lunes y la otra más próxima la pongo para el jueves. Todas las citas corridas tienen ese problema.
—Pero eso no se lo dicen a uno.
—¡Qué le van a decir! Si esta gente está por coger los chavos. ¡Ah!, y ruéguele a Dios que no se enferme una parturienta, una monja o un cura porque se lo cuelan en el turno. A mí me ha pasado como tres veces. Y las monjas vienen en combo.
—¿Pero y para qué tienen un sistema de turnos?
—En mi opinión, para cumplir con algún requisito y decir que son conscientes de los pacientes. Pero aquí hay que llenarse de paciencia porque el que tiene padrino se bautiza y sale de oro. Mire, el tipo ese que vela la puerta que da acceso a las oficinas de los médicos también pasa a las amiguitas que le traen algo siempre. Yo no soy santo de su devoción porque un día se lo dije. Aquí hay mucho listo y, mientras más viejos, más tramposos porque ya se conocen. Van con el cuentito de que van a hacer una pregunta y se cuelan. Lo que pasa es que con el ¡ay bendito! le pasan el rolo a uno. Conmigo no, porque yo no me callo nada.
El altoparlante se enciende y se escucha:
—Probando, probando. Cincuenta y cinco para signos vitales.
—Ese es mi número. ¿Cuál es el suyo?
—El noventa y ocho.
—Bueno, pues siéntese a esperar. Que le vaya bien hoy.
—Gracias.
—¡Mira, nena, no me des pase de paloma que voy por aquí, voy por aquí…!

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