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con número de estudiante XXX-XX-XXXX
y matriculado en el Taller de Cuento I - CLT-610,
habiendo sido debidamente juramentado, declara como sigue:
EXAMEN DIRECTO
POR LA DRA. LÓPEZ BORRERO:
P. Señor Torres, ¿cuándo descubrió que le gustaba la escritura?
R. Cuando tomé el curso de redacción y estilo, requisito para la maestría en Traducción. A mitad de año, sentí el aguijonazo que despertó la fantasía que habitaba en mí desde pequeño. Mi cambio a la Facultad de Humanidades fue como llegar a casa.
P. ¿Qué lo capacita a usted para estar en el Taller de Cuento I, don Marcial?
R. Bueno, la maestría sobresaliente en Traducción y los 15 créditos de maestría en sintaxis española, redacción y estilo, y semiótica me capacitan con conocimiento suficiente para tener un desempeño de altura. Conozco la conducta humana porque poseo un bachillerato en psicología. Ello, lo que he vivido y la diversidad de diccionarios que poseo, me sirven de instrumentos para la creación de los perfiles psicológicos de los personajes. Disfruto leer el diccionario, jugar con el vocabulario y con la gramática para evitar la redundancia y la verborrea. En este momento de mi vida, no tengo límites ni prisa.
P. ¿Qué cosas rechaza con relación a cómo se escribe en español hoy?
R. Me exasperan el mal uso del gerundio, los falsos cognados, los calcos del inglés y las muletillas. Su uso mecánico denota cierto menosprecio por nuestro vernáculo.
P. ¿Cómo ha sido la experiencia en estos tres meses?
R. Ha sido estupenda, al igual que ha sido ardua y algo atropellada. Tengo un problema porque leo lento —aunque alguien me dijo una vez que, por tal razón, retengo y capto más—, pero aquí no se puede. Me gusta saborearme la lectura y no leerla porque haya que leerla. Sentirme obligado y apurado me incomoda y me desconcentra. Me gusta desmenuzarla para analizarla bien, y constatar lo que aprendo en teoría. Por lo demás, me he sentido como el niño que espera ansiosamente a que llegue la Navidad cada año; dicho de otra manera, la llegada de cada miércoles se me hace una eternidad.
P. ¿Qué ha aprendido en el taller?
R. A descartar los “lugares comunes”; es decir, lo sabido, lo gastado. He aprendido que el cuento debe tener un buen comienzo, debe ser conciso, intenso y con pocos personajes. También, a trabajar con el conflicto o nudo; nada sobra en un buen cuento. Lo que no aporte o lo que sobre, se le da —como también decíamos en traducción— tijera. Además, aprendí en que trampas no caer a la hora de escribir uno.
P. ¿Cree que se ha esforzado lo suficiente?
R. Lo suficiente, no; he dado el todo por el todo, aunque sea lugar común, pero así ha sido. Me arrojé a escribir y me quedé con las ganas. En estos tres meses, he tenido la oportunidad de jugar con el lenguaje y con mis emociones. Me entregué porque, de no hacerlo, la mente me iba a explotar con todo lo que tenía guardado. Para mí, este taller es la válvula de la olla de presión que llevo dentro de mi cabeza, es una opción para no perder la cordura. Además, es un vehículo para que no me agarre el alemán; usted sabe, el Alzheimer. [Ambos ríen.]
P. ¿Quiénes han sido sus aliados en este taller?
R. María Moliner y Fernando Corripio, autores de diccionarios maravillosos.
P. ¿Y cree que tiene competencia en el taller?
R. Mucha. El grupo es muy talentoso y competitivo. Me retan cada vez más a tratar de sobresalir. Me gusta ganar, no lo niego; disfruto que me adulen. Tengo vena de escritor porque soy creativo, temperamental, pasional y algo engreído. Me gusta decir lo que siento de manera elegante e inteligente. Disfruto expresarlo con corrección. Amo dominar el idioma efectiva y afectivamente. Estoy muy esperanzado porque hay gente joven que se preocupa por lo mismo que yo. Mientras ellos sigan, nada acaba con el arte.
P. ¿Qué consejo daría usted a alguien que comienza en este taller?
R. Que no tome nada personal; la crítica siempre es al escritor. Que llegue con la mente abierta y receptiva; sin ideas preconcebidas. Que piense que llega a un parque de diversiones y se encarama en una montaña rusa; que se goce la experiencia hasta el final.
P. ¿Qué nota se daría en el taller?
R. De acuerdo con mi esfuerzo, me daría la calificación más alta. ¿Por qué no? Siempre me he considerado menos, y, por mantener una modestia hipócrita, nunca he recibido lo que merezco. Estoy viejo para jugar tales juegos psicológicos. Que va, he trabajado con tenacidad, y he dado el cien por cien. Llegué a este taller a meterle el pecho en serio. Estoy bien enfocado en lo que quiero; no es la maestría, sino disfrutarme la travesía que lleva al conocimiento y al dominio del arte de escribir cuentos.
P. Pues, don Marcial, le deseo mucho éxito en esta empresa.
R. Muchas gracias. Estoy convencido de que me encuentro en el lugar correcto.
(Se levanta la sesión el 30 de marzo de 2011 a las 9:00 p.m.)
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