lunes, 25 de abril de 2011

El mesaje no llega

El Gobierno de Puerto Rico invierte millones en campañas publicitarias para mejorar el problema severo que tiene la Isla con la violencia contra la mujer, pero el mensaje no llega. El mensaje no llega porque no ataca todo lo demás que encierra la palabra «violencia». La violencia es colectiva: chófer contra chófer, supervisor contra empleado, agresiones físicas de madre contra hijo, hijo contra madre, iglesias contra iglesias, agresiones verbales de reverendos y reverendas contra todo el que disienta de ellos.
El mensaje no llega porque el frío no está en la sábana. No se puede curar un cáncer con un tratamiento a base de aspirina. El problema es más profundo, que ya no es problema; se ha convertido en crisis.

Cada vez que escucho a las tantas procuradoras decir que hay que acabar con los agresores es como escuchar: «Hay que acabar con los adictos». El mensaje no llega. «Hay que hacer que paguen por el crimen y que sea un asesinato en primer grados», ¿y eso va a revivir a la víctima? ¿Se creen que es un disuasivo para el que agrede? Lo que interpreto de la frase: sí que sigan acabando con las personas y los meteremos presos. ¿Por qué la actitud reactiva y no asumir una actitud preventiva?

Tener caritas lindas con mensajes fresitas que le digan a las mujeres: «Mujer, si te amancebas o contraes nupcias con un hombre que te cela, no te deja salir, eres víctima de violencia doméstica». Ese mensaje no llega.

Las cosas, para lleguen, hay que decirlas como la gente la pueda entender. A los nenes para que se porten bien les funciona: «Mira, mijito, si te sigues portando mal Santa Claus no te va a traer juguetes; o se va a llevar los que te trajo». Para un mensaje efectivo hay que decir: «Mira, si te enredas con un hombre trata mal a la madre y que te pega. Te va a matar. Escúchame bien: te va a matar». «A la primera que te haga. Sal corriendo y no mires para atrás porque no va a cambiar». Que no pongan caritas bonitas, sino las caras golpeadas, las caras destrozadas de las pocas que sobreviven, los cadáveres representativos de la violencia.

Hay que tener un movimiento ciudadano masivo como el que hubo cuando Vieques para que se infiltren en las escuelas y se empiece a crear conciencia desde la niñez. Las cosas que los niños deben atender y denunciar; como se está haciendo contra los ofensores sexuales. Por supuesto, hay que crear conciencia bien clara de que se debe ser honesto y las consecuencias de mentir.

Y repito el frío no está en la sábana. La raíz del problema es la psiquis puertorriqueña. El problema comienza desde la visión machista tanto del hombre como de la mujer. Lo he comentado antes. La madre que le echa la culpa a la nuera porque no le aguantó las tonterías al hijo. La madre que, para que el nene no le salga pato, lo hace macho. «¡Qué beba, coño, que no sea…! Eso de que ayude en la casa es cosa de mujeres. El hombre es de la calle y es mujeriego por naturaleza. Esa mujer es una vaga, se la pasa en la calle. La mujer tiene que hacérselo todo al marido. Mi hija que se busque un marido con billetes.».

La ceguera selectiva que tenemos en las agencias gubernamentales evita que vean el problema agudo de salud mental que existe en la Isla hace varias décadas. Lo he dicho antes y lo repito porque parece que hay sordera selectiva y tampoco el mensaje llega: hay que comenzar por la base. Hay que evitar la violencia televisiva que se ve a las horas pico cuando hay niños que absorben de lo que ven por la televisión y lo aprenden como que es correcto. El producto de tanta violencia televisiva es que los niños lo ven como la manera normal actuar. La violencia les da estatus social; por eso los crímenes son cada vez más violentos. Pero el frío no está en la sábana y el mensaje millonario que paga el gobierno no llega porque no le interesa que llegue.

El gobierno ha perdido la lucha contra las drogas y la ha perdido contra la violencia, no importa de donde venga. El maltrato comienza desde la infancia y no se hace nada. Remover a los menores sin ayuda psicológica es mover el problema de sitio como se mueve de sitio el punto de drogas. Hay que darle tratamiento y adiestramiento psicológico a las procuradoras de las mujeres, a los superintendentes, a los trabajadores y trabajadoras sociales del Departamento de la Familia, a los psiquiatras de este país y todo el que tenga que tratar con menores. El mensaje no llega; el mensaje no llega; el mensaje no llega porque lo están enfocando mal y porque no hay verdadero interés.

jueves, 21 de abril de 2011

Momento de reflexión

Ayer Oprah Winfrey tuvo como invitado en su programa a un director de cine que se hizo famoso con películas como Dumb and Dummer y otros éxitos taquilleros. Este joven logró en poco tiempo lo que a muchas personas les toma una vida o tal vez no llegan a lograr nunca. Sin embargo, de la noche a la mañana, abandonó todas sus riquezas —casas lujosas, carros caros y todos sus lujos— para mudarse a un lugar mucho más pequeño, un remolque cerca de un área boscosa. ¿Por qué? Porque luego de sufrir un accidente mientras corría bicicleta y donde por poco pierde la vida, comprendió que no era feliz con toda la riqueza que tenía. Lo más impresionante es que, luego de quedarse con menos, se siente feliz.
Durante su conversación, hablaron de que la sociedad estadounidense se ha convertido en una sociedad competitiva en vez de ser una sociedad cooperativa; que la meta es lograr hacerse millonario sin mucho esfuerzo: los ganadores de los programas reality, casarse con alguien que tenga más dinero; por medio de demandas. De cómo los padres fustigan a los hijos para que sean personas “exitosas”, midiendo el “éxito” de acuerdo con la cantidad de dinero que el hijo amase. Y que tales cosas no hacen que la gente sea feliz, no que muera poco a poco por ser individuos infelices.
Este joven compartió en que la meta no debe ser llenarnos cada vez más de cosas materiales que, al final y a la postre, no nos hacen felices. ¿Dónde había escuchado esto antes? El dinero no es la meta. ¿Dónde había escuchado esto también? Hay que trabajar por lograr lo que nos hace felices.
Luego del programa me quedé pensando en que esta última ha sido la visión de mundo que he tenido desde hace varias décadas. He tratado de no ser víctima del consumismo desmedido que me lleva a que me valore y me acepte por lo que tengo y me menosprecie por lo que no tengo. Sin embargo, a veces he caído en la trampa de mirar a mi alrededor y decirme que no he tenido suerte porque no tengo un Mercedes o no vivo en una mansión. Sin embargo, amo el trabajo que hago y me ha provisto oportunidades para seguir mejorando personal y espiritualmente. No tengo ataduras porque comprendo que puedo deshacerme de lo que tengo en cualquier momento; o más aun, que puedo quedarme sin lo que tengo en cualquier momento. No quiero vivir atado a nada ni a nadie.
Lo más importante es valorar lo que tengo. Lo que poseo no lo tengo porque me hace más o menos que los demás. Tengo tranquilidad porque no vivo a la espera de que lleguen a la puerta para embargarme lo que tengo. No tengo lujos pero me gusta lo que he conseguido. En la pared del baño de mi casa hay un letrero que me recuerda que: cuando se es feliz cualquier lugar puede ser tu hogar.
Lo que nos hace felices es relativo y dependerá de la persona; ciertas personas son felices con menos; otros, con más. No hay problema. La idea es perseguir lo que nos hace feliz porque, cada vez que dejamos de hacerlo o vivimos de manera contraria a ello, morimos un poco más. No puedo perder de perspectiva que la felicidad no está en las cosas externas, sino que es esa energía pura y neutra --porque no asume posturas, prejuzga o condena, sino que deja ser-- que mora en mí. Tengo que alimentarla día a día para que contribuya a la armonía espiritual colectiva que tanta falta hace en el mundo.
En este fin de semana solemne, mi meta será tratar no pasar juicios sobre nada. Cada cual tiene su ruta y no soy quién para empujarle a que siga la mía. Todos somos libres porque somos seres que buscamos la perfección y la purificación de la mejor manera que la entendamos. Todos caminamos con un paso diferente y está muy bien.
(Escrito durante un momento de reflexión y de auto evaluación el 21 de abril de 2011.)

miércoles, 20 de abril de 2011

Letrero

Pasaba por una de las calles de Santurce y me llamó la atención un letrero frente a un templo abandonado, que decía:

La Asociación de Ateos de Puerto Rico celebra con Passión, tu bebida. No te embriagues con fantasía. Apasiónate a la vida este viernes 22 de abril de 2011, llamado santo. Magna cena y baile donde celebramos que estamos vivos; que no creemos en fantasmas ni en cuentos de hadas. Lo que tenemos es lo que vemos. Somos realistas, no ilusionistas. No criticamos ni nos sentimos por encima de nadie. No nos imponemos. No creemos en ídolos de barro, en ministros de barro, en sacerdotes de barro ni en líderes de barro. Todos te chupan la felicidad y el dinero. No nos flagelamos con prohibiciones absurdas.

Cree en ti y nada más. Ven y comparte con nosotros “La emancipación del incauto”. Lo que tienes ante ti es lo que es; no desperdicies tu vida tratando de alcanzar el mañana. 

Los agnósticos y perseguidos por las iglesias, el fanatismo y el gobierno son bienvenidos.

martes, 19 de abril de 2011

Ideología política

El médico le había dicho que le quedaban sólo semanas de vida. El cáncer se le había propagado por todo el sistema linfático. Julián miró todas las tarjetas postales que había recibido de Rafael Hernández Colón, Sila Calderón y Aníbal Acevedo, pero estaba decidido. No había marcha atrás. Se oxigenó bien y llamó a su mujer:
—¡Marina!
—¿Qué quieres y por qué ese grito?
—Marina, necesito que me traigas al comisario de barrio del PNP.
—Al comisario… ¿Pero del PNP? Si tú no quieres sabe de esa gente.
—Sí, Marina, lo tengo decidido. Me queda poco tiempo de vida y me quiero cambiar al PNP.
—Pero, Julián, ¿te has vuelto loco? Si toda la vida has sido un Popular de clavo pasa’o y lo saben todos en el pueblo.
—Marina, no me contradigas. Llámame al comisario.
Marina llegó hasta la sala, levantó el teléfono y llamó al comisario de barrio del PNP como se lo pidió Julián. El comisario, ante la noticia de que Julián se quería inscribir como PNP acudió de inmediato y lleno de alegría. Sin siquiera preguntarle cómo se sentía le dijo de inmediato:
—Julián, ¡qué sorpresa que te quieras cambiar de partido y unirte a nosotros en la lucha por la estadidad. God bless the USA. Te diste cuenta de que los populares nos han engañado todos estos años y estamos condenados al fracaso, ¿verdad?
—No, Isidro. Me estoy muriendo. Y para que se muera un Popular que se muera un PNP.

lunes, 18 de abril de 2011

Venganza natural

Gustaba comerse las frutas congeladas porque tardaba más; lo que le saciaba el hambre y terminaba comiendo menos. Tenía en la mano una naranja congelada y estaba presta a partirla en cuñas para devorarlas cuando se le resbaló de las manos. Al caer al piso hizo un ruido como cuando el plomo da contra cualquier superficie. Agarró la naranja y palpó su dureza. Fue ahí que pensó: «Esta naranja podría ser un arma mortal para un crimen perfecto. Con esta naranja podría cobrarme todas infidelidades y vejaciones a las que mi marido me ha sometido por estar en sobrepeso. Podría darle por la sien y quedaría tieso y nadie pensaría que…».
La policía se encontraba frente a la puerta del apartamento 1543 tras haber recibido una llamada anónima donde indicaban que emanaba un fuerte hedor a carne podrida de dentro de la vivienda. Como nadie contestó luego de llamar varias veces, los policías rompieron la puerta y entraron con armas en mano. Ya adentro, se toparon con el cuerpo de un hombre que parecía llevar muerto varios días tirado en el piso de la cocina y a punto de reventar. Buscaron en todo el apartamento y no encontraron nada que les indicara qué había pasado ni ningún arma mortal. Uno de los policías dijo: «Teniente, parece que esto es una muerte natural. Mi teoría es que el sujeto sufrió un ataque al corazón, al caer —como este espacio es tan pequeño­­—, la cabeza dio contra algo y murió. Tiene un moretón en la sien».
—Afirmativo, Ramos. Yo creo que eso es así —se escuchó decir al teniente.
       El cadete recién salido de la academia, que revisaba la cocina, se percató de una naranja que se pudría en el piso. Sin pensarlo y de manera automática, la agarró y la tiró en el cesto de la basura.

La pasión según una víctima de la tecnología

Había ansiado que llegara el sábado. En la noche, iría al teatro a ver la renombrada pieza teatral La pasión según Antígona Pérez. Había sacado lo que se pondría desde el día anterior. Hacía tiempo que no le ponía tanto empeño a una actividad. Durante el día evitó actividades que requirieran mucha actividad para no cansarse. Ya no estaba como para empatar las actividades.
A las 7:15 salió de la casa para llegar temprano. El expreso Las Américas estaba descongestionado; ni siquiera al pasar por las salidas que daban al centro comercial. Decidió que, como siempre, se iría por la parte de atrás del centro de convenciones. Bordearía el Centro Gubernamental Minillas y entraría por la bocacalle del Professional Building. ¡Maravilloso, estaba libre de carros!
—¿Cuánto es el estacionamiento?, le preguntó al encargado.
—Cinco dólares.
Pagó y buscó estacionamiento. Había muchos vehículos, pero no había fila para estacionarse. Todo marchaba de mil maravillas. Sería una noche inolvidable como hace tiempo no tenía.
Se bajó del carro, subió las escaleras y salió a la plazoleta. Estaba llena de gente que se retrataba con las esbeltas estatuas negras que le hicieron recordar las raíces africanas que muchos puertorriqueños ansían borrar de la historia.
Al llegar a la entrada, notó la foto de Luis Rafael Sánchez que estaba al lado de la boletería. La última vez que lo vio, se veía avejentado pero con la chispa de vida que exudan sus obras. ¿Cómo se sentirá el escritor, ensayista y dramaturgo de saber que es profeta en su tierra? ¡Qué maravilla que tanta gente le quiera y patrocine su trabajo!
Llegó hasta la entrada de la sala de drama y entró. Se sentó a leer el folleto que le dieron y comenzó a prepararse mentalmente para la aventura que se aproximaba.
Las 8:00, hora de entrar. Le entregó el boleto al ujier quien le indicó cuál era el asiento que correspondía. Llegó la hora, bajaron la luz y comenzó.
¡Horror! Aunque la escenografía estaba espectacular, estaba en uno de los puntos sordos de la sala y no entendía nada de lo que decía Antígona. No se entendía nada de lo que decía la madre. En ese momento, siente que le alumbran la cara y es una persona que ha llegado tarde y se sienta al lado suyo. Siguió tratando de entender lo que decían, pero nuevamente ¡horror! La luz del celular de la vecina le daba en la cara. ¡Qué bueno que terminó y lo tapó con el pecho! «¡Otra vez!, ¿pero por qué, si vienes al teatro, no puedes dejar el maldito texteo por un rato?, imprudente —pensó—. Ahora tengo dos problemas: que no entiendo lo que se dice y la jodía luz del celular de pantalla enorme que me alumbra la cara como un reflector».
La respiración se le aceleró. Sentía que la presión le subía. «Concéntrate en la obra y olvídate de la estúpida inconsciente», se repetía. Ya cansado decidió: «La próxima vez que la muchachita necia me vuelva con el telefonito va a ver». No bien terminó pensarlo y volvió la joven a revisar su Facebook. De inmediato, lo pensó dos veces y solamente subió el libro que le habían dado a la entrada lo puso al nivel de los brazos formando un tabique y suspiró: «¡Ay, bendito!». La joven le miró como extrañada, pero tapó el celular. Así mantuvo el tabique en alto por el resto del primer acto.
Tan pronto el telón bajó, se levantó de inmediato. Miró de frente a la joven y dijo en voz alta y clara: «La gente no sabe cómo molestan con el celular. Deberían incautarlos todos al inicio de la función, ¿verdad?». Mientras subía, oyó a varios espectadores aplaudir y decir: «Bravo, ya era hora que alguien se lo dijera».
Al salir de la sala, habló con el ujier, le explicó lo sucedido —quien no le dio ninguna importancia—, y le pidió que lo cambiara de asiento.

sábado, 16 de abril de 2011

Contrición

Como un autómata me levanto del pupitre, y me pongo en cuclillas para buscar el libro más voluminoso que tengo. Agarro el de trigonometría con las dos manos y me aseguro de que sea el más pesado. Estoy harto ya de sufrir lo mismo todos los días. Por Dios que acabo con el abuso en este instante. Mis compañeros de clase deducen lo que voy a hacer y guardan silencio como siempre han hecho. Lo único que se escucha es el raspado de la tiza que hace la monja al escribir la asignación en la pizarra. Me pongo de pie y comienzo a caminar despacio hacia el frente del salón de clases. Lo tengo bien decidido: le aplastaré la cabeza.
La rabia incrementa porque recuerdo los ataques continuos que he sufrido de parte de este pichón de presidiario desde que cursaba el quinto grado: el hostigamiento, la persecución, los apodos por estar en sobrepeso. La cara se me calienta al acordarme de la mofa de este malnacido, la risa sarcástica, el comentario hiriente mientras me agrede a diario con el libro de contabilidad cuando pasa por mi lado. No había habido nada que pudiera hacer. De haberme quejado, me hubiera ido peor. Nada había habido hasta ahora que me armo de valor y que no me importa lo que suceda. Lo que quiero es acabarlo, aniquilarlo. Alimento la ira visualizando el constante manoseo lascivo de las tetillas; cuando me doblaba los brazos en la espalda y me tiraba contra la pared en el baño y me rozaba su sexo.  
Se me acorta la respiración y las manos me tiemblan. Aumenta la exaltación, porque estoy tan cerca de su pupitre. Estoy tan cerca ya. Siento que la cara me va a estallar. «No olvides el abuso, no lo olvides», utilizo como mantra. Ahora. Levanto el libro lo más alto posible para golpearle con toda la fuerza que hay dentro de mí. La compañera que se sienta delante de él se vira y se le escapa un «¡ay!» al verme con el libro en alto. El ímpetu con que bajo los brazos es tan extraordinario, pero termino dándole en el pleno de la espalda porque, al unísono, él me ve, se voltea y evade el golpetazo, ¡maldita sea!
La monja voltea al escuchar el estruendo. Él me apunta y la monja nos llama. Cuando cuestiona al agraciado, el cínico comenta que le he dado viciosamente. Al preguntarme, confieso lleno de rencor y odio: «Sí le di y hubiera seguido porque ya me tiene hastiado; cada vez que pasa por mi lado, me golpea. Esta situación no es nada nueva, y no la aguanto más. Ustedes conocen bien a Enrique y no han hecho nada». Es ahí que vomito toda la angustia, dolor y todo el coraje que he cargado durante siete años de vejaciones.
La monja lo mira y sentencia sosegadamente: «No lo culpo; te lo buscaste. Regresen a sus pupitres».
Extenuado, me siento. Vuelvo en mí y adquiero conciencia de lo que intenté hacer. Me lleno de pavor porque, de haber triunfado, lo próximo hubiera sido que me enviaran a la oficina de la principal y llamaran la Policía para que me arrestara. Me hubieran acusado de asesinato porque la intención dañina era claramente premeditada. ¡Dios mío, gracias por haberme salvado!

La asignación

Eran las 7:30 de la mañana y Miosotis llegó llena de angustia al colegio porque no había hecho la asignación de trigonometría. Subió corriendo las escaleras hasta llegar al tercer piso. Buscó a Rosa por todas partes, pero no la encontró. Se acercó al joven que estaba en la entrada del salón y le preguntó:
—Benjamín, ¿has visto a Rosa?
—No —contestó Benjamín—. ¿Para qué las buscas?
—Es que, como ella es la más que sabe trigonometría, necesito que me preste la asignación de ella para copiármela.
—Miosotis, coge la mía y cópiala.
—No, no. Yo me copio de la de Rosa. Por copiarme de ella es que mantengo el promedio de honor. Si me copio la tuya, bajo el promedio porque no tienes cabeza para mantener un promedio de honor.
—Pero, mira, Rosa se la…
Sin dejarlo terminar, salió corriendo a buscar a Rosa. Bajó a la biblioteca, y vio que Rosa se levantaba apresuradamente para salir.
—Rosa, necesito que me prestes la asignación de trigonometría que no la he hecho.
—Yo tampoco.
—¿Y cuándo la vas a hacer?
—Nunca la hago; siempre me la copio de Benjamín. Él es el único que pasa el trabajo.

viernes, 15 de abril de 2011

La suegra

El timbre del teléfono sonó:
—Hola.
—Getrudis, es tu mamá.
—Lo sé. ¿Cómo estás?
—Estoy bien.
—¿Qué necesitas? Porque nunca llamas tan temprano y menos un domingo. ¿Ya fuiste a misa a confesar los pecados?
—¡Qué misa, ni misa! Tú sabes que estoy peleá con el cura porque me dijo que era una entrometida; que te dejara tranquila. Pero esos son otros veinte pesos. Mira, nena, necesito que el mantenido de tu marido venga a pintarme la reja para que se gane unos chavitos honradamente y sude la patria.
—Mami, tú sabes que él es alérgico a la pintura y se le hinchan los dedos y las uñas se le brotan.
—Alérgico al trabajo es lo que es. ¿Y cuál es la excusa cuando te digo que le digas que venga a pasarme la máquina para cortar la grama? Ese es un vago de siete suelas.
—Mami, no empieces que llevamos en esto más de veinte años.
—Pero es la verdad, mi’ja. Ese es un vago. El novio del mattress le voy a poner. Ese hombre es más vago que la quijada de arriba. Tirado siempre en la butaca viendo televisión con el cable robado. Gracias a Dios y al Partido Nuevo Progresista que hay ayudas federales, porque si no, estarías muriéndote de hambre, negrita, porque esperando que ese hombre produzca… Mira, cuando dijeron: «Vagos al agua…»
—Mami, ¿por qué siempre me haces esto?
—Que hago ¿qué? ¿Decirte la verdad y que te casaste con un buenoparanada? Ese hombre parece la señorita de la casa. Siempre de punta en blanco, con la cerveza en la mano, zapatos caros, perfume caro. Las prendas en las manos como si fuera un joyero cubano , porque son buenas. ¡Uy!, que no se le ensucie la ropa. Todo un maniquí de González Padín. Pero no sirve para nada. ¿Acaso pasa trabajo cuando se acuesta contigo o espera que tú se lo hagas todo?
—Mami, has tratado y has tratado, pero no has podido lograr que nos separemos. Nosotros nos amamos. Acéptalo de una vez.
—Nena, no solo de amor se vive. Lo que no entiendo es cómo Dios no ha escuchado mis súplicas. Mira que se lo he pedido desde que eran novios: que se encuentre otra que cargue con él; que se pegue en la lotería y se largue para otro país. Hasta he pedido que algún médico le encuentre un…
—Mami, ¿podemos tener algún día una conversación sin despellejar a Vicente?
—Pero, nena, si no hablamos de Vicente, ¿de qué vamos a hablar?

jueves, 14 de abril de 2011

Transacción bancaria



Se acerca a la entrada, empuja la puerta y accede a la sucursal. Ya en recepción, mira a su alrededor. A su izquierda, lo único que puede ver es el área de los escritorios donde está una oficial bancaria sentada de espalda a los paneles de cristal que permiten ver la calle. Una especie de tabique impide ver el mostrador donde aparentan estar los pagadores porque la sucursal está diseñada en forma una ele. A su derecha, observa que no hay nadie en el área de espera. El hombre sonríe.

—Buenos días, ¿en qué podemos servirle? —interrumpe la concentración del señor la joven delgada que se lima las uñas detrás de un mostrador con un letrero que lee «recepción».

—¿Ah? Vengo a abrir un certificado de ahorro.

—Será un certificado de depósito.

—Eso.

—¿Usted tiene cuenta con nosotros? —cuestiona sin mirarle.

—No, es la primera vez que vengo aquí. Mi hermana fue la que me los recomendó.

La joven deja de limarse las uñas. Enseguida busca algo en la pantalla de la computadora.

—Le voy a tomar los datos. Cuando se desocupe la muchacha que lo va a atender, ella lo llama. ¿Tiene licencia de conducir?

—No, mi'ja, yo ya no guío. Me trajeron los hijos. Ellos se encargan de llevarme y traerme. Ya mismo aparecen por ahí.

—Déme su nombre.

—Mi nombre es Luis Rivera. ¿Ustedes tienen algún trato preferencial para personas mayores de sesenta años?

—No, don Luis. Aquí atendemos a todos por igual. Espere en el saloncito, que ya mismo le llamamos. Como puede ver, usted es el próximo —dijo guardando la lima en el bolso que tenía en una de las gavetas del escritorio y saca el lápiz labial.

La próxima persona que entra a la sucursal se acerca a la recepcionista:

—Buenos días, Glory.

—Buenos días, ¿en qué…? Hola, Leonor, ¿qué haces por aquí?

—Chica, necesito un favorcito. Quiero que alguien me resuelva un problemita de un cheque que giré sin fondos y me urge que me hagan una transferencia hoy mismo.

—Pues siéntate un momentito que, tan pronto se desocupe la oficial a cargo, te paso enseguidita.

El anciano, que se ha sentado cerca de la recepción, se levanta y camina hasta el área en que puede divisar la sucursal completa; mira para el área de los escritorios y de los pagadores. Se percata de que, además de la oficial bancaria, hay una pagadora. Al regresar a la recepción, cuestiona a la recepcionista:

—Oiga, ¿uno tiene que coger algún papelito con un turno para que lo atiendan aquí o…?

—No —contesta riendo—, yo los anoto en la lista que tengo en la computadora y la oficial a cargo recibe el orden de llegada. Como le dije, ella viene y lo llama. No se desespere; ella es bastante rapidita. ¿Por qué?

—No, está muy bien —contesta a la vez que regresa a su asiento. Cuando se dispone a sentarse, suena el celular que lleva en el bolsillo. El anciano lo saca y contesta con voz queda colocando la mano entre el artefacto y la boca:

—No, todavía, no. La recepcionista dice que yo soy el próximo. Nos van a ver por los cristales. Desde donde estoy, si me pongo de pie, los puedo ver en el carro —pausó—. Ajá, cuando llegue ella. Calma; que, hasta para morirse, hay que esperar.

Veinte minutos más tarde, se acerca la oficial bancaria y llama:

—Leonor Martínez.

—Sí, yo.

—Pasa por aquí.

El anciano, que se ha sentado cerca de la recepción, se pone de pie y vuelve a dirigirse a la recepcionista.

—Oiga, yo estaba primero que ella y ya la llamaron. No entiendo cómo son los turnos aquí.

—No se preocupe que es que lo suyo es más complicadito, don Luis. Tenga…

—Mira, nena —dice la anciana de voz rasposa, que acaba de entrar, a la vez empuja a Luis para que la atiendan—, tengo un problema con un cheque de la lotería y necesito que me lo cambien para pagarle al que me los vende. Es del marido mío y no sé si tú sabes que él está inválido. Como ustedes me conocen… ¿Quién me hace el favorcito?

—Señora, por favor, cójalo con calma. Por poco me tumba —protesta el anciano mientras regresa a sentarse.

—Doña Catalina, tiene que esperar. La oficial a cargo está sola y muy ocupada en este momento. Déjeme anotarla para…

—Pero si esto es cuestión de nada. ¡Carmín! Mira, ayúdame con…

De inmediato comienza a caminar para el área donde está la oficial bancaria.

—Doña Catalina, no puede pasar así sin autorización.

El anciano, que había regresado a su asiento, se pone de pie por tercera vez para dirigirse a la recepcionista.

—Oiga, es la segunda persona que llega después de mí y pasa para que la atiendan.

—No, pero ella pasó por su cuenta.

—Sí, pero yo veo que la tal Carmín la está atendiendo.

Diez minutos más tarde, la oficial bancaria regresa a la recepción y dice:

—Luis Rivera.

—Voy por ahí —dice el anciano.

—Venga conmigo. Siéntese. Dígame en qué le puedo asistir.

—Mire, pues yo quiero abrir un certificado de ahorro.

—Certificado de depósito, querrá decir.

—Eso.

—Mira, nena, aquella dice que no me puede cambiar el cheque porque, además de la autorización tuya, me hace falta y que una por escrito de mi marido. Yo no sé, si el cheque está firmado por él. Mira a ver si tú… —interrumpe la señora.

—Doña Catalina, estoy atendiendo al señor.

—Sí, mi’ja, pero yo llegué primero.

—No, señora, usted llegó después de mí —corrige Luis.

—Ella me atendió a mí primero.

—Sí, porque usted se impuso, señora.

—¿Qué es lo que usted insinúa, viejo…? —cuestiona de manera acalorada.

—Señora, me hace el favor y me baja la voz. Me cambia el tono y no me grite que yo no le he gritado.

—Mire, yo tampoco, caballero. Pero para que vea, ¡ahora sí…!

—Señora, le pido que me baje la voz. Yo conozco muy bien lo que es una mujer manipuladora y oportunista; estuve casado con una como usted y no le voy a permitir…

—¡ATREVIDO! ¿CÓMO SE ATREVE A FALTARME EL RESPETO?

—Un momento, cálmense —interrumpe la oficial.

—Señora, bájeme la voz le dije, y no sea usted la que me ofenda. Se equivocó conmigo; no soy ninguna tusa. Además, usted no es ni mi madre ni la mujer mía para que me grite de esa manera.

—¡Claro que no, viejo desvergonzado! ¡Yo no tengo tan mal…!

La oficial bancaria levanta el teléfono y ordena desesperada y confusa:

—Glory, llámate a la Policía. Mira a ver si consigues el que nos da la ronda. Avanza.

—Señora, no me insulte. Tras de que se cuela descaradamente y no hace caso a las instrucciones de nadie…

—¡Insolente, llamen a la policía! ¡Este viejo machista me ha ofendido; abusa de mí porque soy una mujer! —continuó gritando doña Catalina.

—Señora, bájeme la voz.

Dos mujeres entran a la sucursal. Al ver lo que ocurre, se detienen frente al área donde se encuentran la oficial bancaria y los dos ancianos. Una, a la vez que se ríe de la situación, saca el celular de la cartera y comienza a tomar fotos. El policía entra deprisa a la sucursal.

—¿Bueno, cuál es el problema aquí? —pregunta airado.

—Señor agente, gracias a Dios. Este bandolero me ha ofendido —responde la anciana en tono sumiso.

—Señora, yo no la he…

—Viejo, cállate la boca y deja que la dama hable —reprende el policía con voz autoritaria.

—¿La dama?

—¿Ve lo que le digo, agente? —dice la señora angustiada mientras se agarra el pecho y respira de manera fatigosa—. Abusa de mí porque soy una mujer indefensa. Eso pasa con nosotras las mujeres que no tenemos a nadie quien nos represente. 

—Cálmese, abuela, que le puede dar algo. Para eso estamos…

—¡Abuela! Yo no tengo nietos tan…

—A mí es a quien le va a dar algo —interrumpe Luis.

—Cállate te dije. Deja que la dama hable.

—Pero si yo… Ella fue la que… Yo a lo que vine fue…

—¡Te dije que te callaras! Hazme caso o te llevo arrestado por alteración a la paz.

—¿Yo? Si la que ha formado la trifulca es ella.

—Lléveselo, sí; pa’que aprenda —sugiere doña Catalina—. Canto de abusador. Me dan ganas…

—Está bueno. Cállense ya los dos.

Luego de que la anciana expone su versión y sin permitir que el anciano ofrezca la suya, el policía saca las esposas del cinturón. Maniata a Luis y se lo lleva arrestado. También solicita a doña Catalina que lo acompañe para tomarle la declaración escrita. Nadie nota a los dos hombres trajeados que entran a la sucursal, se acercan a la pagadora-receptora y le entregan la nota que dice: esto es un asalto; no intentes nada. Danos todo el dinero o te matamos.

***

En el cuartel, encierran al anciano en la celda. Otro policía se acerca y le dice:

—Oye, Rivera, más vale que tengas una buena razón para haber ofendido a esa pobre ancianita.

—Nene, te traje un cafecito. Tómatelo que está bien calientito —se escucha decir a doña Catalina a lo lejos—. Tengo billetes pa’la extra, ¿quién quiere?

—Señor oficial, yo sólo fui al banco a abrir un certificado de ahorro. Ese fue mi pecado. No fui a nada más. A nada más —dice mientras esconde la cara entre las manos de manera penitente y parece llorar.

Minutos más tarde regresa el policía que lo arrestó:

—Te salvaste, viejo abusador. La señora no quiere que te radiquen cargos. Además, nos toca investigar un robo en la sucursal donde atacaste a la ancianita. Quedas en libertad. Vete antes de que me arrepienta y te enseñe a comportarte con las mujeres.

Una hora más tarde, Luis Rivera sube despacio las escaleras de un edificio de Chalés de Parque San Patricio en Guaynabo City. Al llegar al segundo piso, abre la puerta de un apartamento lujoso y llama:

—Lina, llegué.

—¡Ey! Qué rápido te soltaron —dice doña Catalina riéndose y echándole los brazos al su hermano—. Bueno, ¿y cuánto me toca del tumbe?