La palabra «libertad» la usamos constantemente en nuestro idioma. Las frases más frecuente son: estoy libre hoy; quiero ser libre. Déjenme ser libre. ¿Pero libre de qué?
El Diccionario de la Real Academia Española define «libertad» en sus primeras tres acepciones como:
1. f. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.
2. f. Estado o condición de quien no es esclavo.
3. f. Estado de quien no está preso.
Aunque hay más, las tres que me llamaron la atención fueron estas primeras tres. Pero comenzaré de abajo hacia arriba.
El estado de sentirme que no estoy preso me libera. La única variante que le añadí a la definición es la palabra «sentir». Para mí, es importantísimo tener bien claro que lo que yo crea viene como respuesta a lo que siento que soy. En ambos casos, son dos decisiones muy subjetivas. Puedo estar viviendo en una casa sin rejas, salir a la calle sin temores a que me hagan daño; sin embargo, puedo sentirme más prisionero que cualquiera que esté tras las rejas. ¿Por qué? Porque todo está definido por mi sentir. ¿Pero preso de qué? Preso de mis sentimientos. Preso de vivir la vida lleno de resentimientos, de rencores y culpas.
La segunda acepción me regresa a los tiempos en que trabajé asalariado. Por muchos años, me sentí esclavo del gobierno. Me sentí esclavo y me «sentí» preso porque, en aquel momento, creía que no tenía opciones para salir del arrinconamiento emocional que --nuevamente-- sentía. Me sentía esclavo y como esclavo actuaba. No fue hasta que decidí reenfocar y redefinir mi concepto de empleado que me di cuenta que ni era esclavo ni estaba preso. Escogí enfocarme en el trabajo. Escogí hacer limonadas con los limones que me había, no regalado, sino tirado la vida. Asumí responsabilidad por estar en aquel ambiente de trabajo y decidí que no me afectaría más, porque el tiempo que estuviera allí lo invertiría no en quejarme sino en esforzarme en hacer lo mejor que pudiera con lo que tuviera a mi alcance. Estaba allí porque quería; la otra opción era renunciar. Cuando me di cuenta de que sí había una salida. Sentí que tenía el control de tal realidad y me liberé.
La tercera acepción de la palabra «libertad» es la que me ha gustado más, sobre todo el final de la frase: por lo que es responsable de sus actos. ¡Qué descubrimiento! Responsable de sus actos; en otras palabras, asumir el control de mi vida.
Si releo el segundo párrafo del documento, notaré que en todo lo que hacía, hacía responsable y le daba el control de mis sentimientos, de mis desgracias y mis pesares a todo lo que estuviera fuera de mí. Aquí las frases más comunes eran: es por culpa de Dios, castigo de Dios, la gente no me comprende, la tienen cogida conmigo. No fue hasta que asumí la responsabilidad y tomé el control de mi vida, que cambié la perspectiva y comenzaron a romperse las cadenas de mi esclavitud mental.
Pero asumir la responsabilidad se dice fácil. Llevarlo a la práctica no es un pellizco de ñoco. Asumir la responsabilidad es reconocer y aceptar las consecuencias de mis actos. En el primer párrafo tuve que aceptar que la realidad no era como yo la percibía. Tuve que aceptar que mi estado mental jugaba un papel importante en la manera que actuaba y era el factor precipitante de mi visión distorsionada. Cualquier persona puede estar maniatada, en un calabozo estrecho, pero, si se lo propone, puede ser libre para pensar lo que quiera y vivir en libertad porque escoge sentirse así.
Cuando asumo la responsabilidad y el control de mi vida, me libero de las culpas, no hacía mí sino de estar culpando a los demás. Por años viví culpando a todo el mundo de las cosas que me ocurrían. La más significativa era: El jefe no se lleva conmigo --cosa que era cierta--, pero yo era responsable de tal reacción. Era una reacción a mi actitud hostil hacia él y hacia todo lo que oliera a autoridad. Otra justificación significativa era que estaba gordo porque hasta el agua, me engordaba. Mentira. Estaba gordo porque yo comía de más.
Aceptar esta última fue de las más difíciles, pero de las más liberadoras. Estoy gordo porque me lo comí. No hay que echarle culpas a nadie, porque nadie puede atosigarme la comida si no la quiero. Dentro de mi locura, me chequeaba la tiroides constantemente, para decir que era la causante de mis problemas de sobrepeso. Los resultados SIEMPRE salieron negativos. El problema no era la tiroides, sino la tiraera de comida por el gaznate.
Por tanto, mi libertad es pensar que vivo sin ataduras mentales, sin prejuicios, sin resentimientos y sin culpas.
Sentirme libre me permite que no caiga en la trampa paranoica de que todos quieren acabar conmigo, que todos la tienen en contra mía. Me da licencia para decir lo que siento sin tener que estar temiendo a lo que diga el resto del mundo. Es vivir sin estar sometido a hacer lo que la gente espera que uno haga y a vivir cohibido de hacer lo que uno verdaderamente ama o quiere hacer. Es no importarme que vean a uno lleno de emoción y de llorar si tengo ganas de llorar.
Sentirme libre es, como escribiera el cantautor Alberto Cortez, «comerme a conciencia la manzana sin el miedo ancestral a la sotana ni a la venganza final de Lucifer». Es tener el conocimiento necesario para poder discernir lo que es bueno para uno y lo que no lo es. Es evitar tratar de ser el redentor del mundo; dejar de cargar culpas ajenas y dejar que los demás aprendan, como tuve que hacerlo yo, a asumir su propia responsabilidad y a aprender de sus propios errores. Es entender que asumir la responsabilidad es un proceso individual. Es la ausencia de la carga de pecados capitales que le inculcaran a uno cuando niño, ausencia de cucos, ausencia del infierno.
Sentirme libre es escoger cómo me quiera sentir. Es entender que nadie a mi alrededor tiene el poder de hacerme daño mental. El daño me lo hago yo. Es no permitir, porque tengo la opción de no permitir, que nadie viva de gratis en mi mente.
Sentirme libre me da el espacio mental para soñar como cuando era niño. Es vivir con esperanza y sentirme satisfecho de haber hecho lo mejor que he podido con lo que he tenido. Es la ausencia del yugo de la perfección. Es llenarme de valor para reconocer mis errores pero no cargarlos como los cargué por años. Es la aceptación de que viví y vivo con temores y que los temores no son reales; sólo están vivos porque los alimenta mi mente. Es saber lo que me gusta y lo que no me gusta.
Al sentirme libre, soy capaz de avaluar los hechos en mi vida para eliminar el esfuerzo fútil de tratar de ser lo que no soy o perseguir metas estériles. Es comenzar a vivir con un lienzo en blanco y para seguir evaluando cómo se encuentran mis temores, mis rencores, la culpa hacia mí y hacia los demás, defectos de carácter que por años se apoderaron de mí. Hoy les he quitado el control y les he cerrado la puerta de mi mente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario