El negrito del batey era un merengue que se hizo famoso cuando era muy joven. El negrito y el trabajo eran enemigos y el trabajo se lo dejaba todo al buey.
Durante toda mi vida laboral, me he topado con muchos negritos y negritas del batey. Me he topado con mucha gente deshonesta que se gana el dinero haciendo lo mínimo o sin hacer nada.
Mientras trabajaba en el Tribunal, conocí a una negrita --de todas las negritas que trabajaron conmigo-- que era muy ingeniosa. La negrita salía de la casa a las 9:00 de la mañana y pretendía llegar la oficina a las 8:30. Su patrón de conducta era entrar por la puerta gritando a todo pulmón: «Ese estacionamiento es una &%$#. Llevo dando vueltas hace media hora y ahora fue que conseguí estacionamiento. Por eso llegué tarde». Como nadie quería antagonizarla, las supervisoras no le decían absolutamente nada.
Hubo otras que trabajaban mediodía cuando trabajaban fuera de la oficina, y el resto del día o se iban de tiendas o de playa. Y aquí pan y en el cielo gloria. Por lo regular, cuando tenían que faltar el lunes, aparecían de emergencia casos que había que supervisar en la comunidad. Cerraban la puerta de la oficina para dar la impresión de que trabajaban, pero lo que hacían era hablar por teléfono o mirar el techo.
Cuando llegué a trabajar, irónicamente, al Departamento del Trabajo, llegué a la cuna de los negritos y negritas del batey. El ejemplo mayor era mi jefe. Mi jefe vivía en Naranjito y todos los días llegaba tarde. Al llegar a la oficina, en vez de ponerse a trabajar, se reunía con su pana el subdirector para compartir un rato. Este sello de goma no tenía ni la más mínima idea ni intención de aprender cómo se operaba la oficina. El colmo de su osadía se conoció cuando se pasó una lista con todos los días acumulados de los empleados. Mi querido jefe, quien llegaba tarde y faltaba con regularidad, fue la persona que tuvo más días acumulados de vacaciones y por enfermedad. Después de las quejas, el director obligó a todos los jefes a que registraran su asistencia y llegadas y salidas en la libreta que pusiera en el escritorio de su secretaria.
Los negritos y negritas están en todas partes. Algunas estrategias son retrasar el trabajo para que el jefe se lo dé a otro empleado más eficiente. Alegar que no entienden, que no saben, que es mucho trabajo. La más utilizada por estos negritos es reportarse al Fondo del Seguro del Estado a la menor provocación. Su meta es tratar de lograr una pensión del Fondo del Seguro del Estado y del Seguro Social antes de cumplir los cuarenta años.
Existen los negritos y negritas enajenados. Estos son los que son vagos por naturaleza y faltan por cualquier razón; sin embargo, se consideran empleados estelares. Me pregunto yo: si estos son los estelares, ¿qué se puede esperar de los que estos consideran empleados deficientes?
Están los negritos y negritas malcriados. Estos son los que trabajan en oficinas de servicio al cliente. Lo primero que uno nota es la actitud negativa que grita, aunque no hablen: a qué diablos vienen a mortificarme la vida. Son personas que se creen que ellos le hacen un favor a los clientes o pacientes. Aquí incluyo las secretarias de los médicos del Fondo del Seguro del Estado, las secretarias de la ACAA, y las recepcionistas de muchas agencias gubernamentales, secretarias de médicos. Estas personas son los que llegan justo al momento de comenzar a trabajar. Colocan la cartera y se van para el baño a maquillarse o bajan a la cafetería a desayunarse. Se sientan de espalda a las personas que tienen que atender y no se les puede decir nada porque le saltan el turno.
Los negritos y negritas son personas que se molestan cuando tienen que trabajar con alguien que sí tiene la buena intención de trabajar y de ayudar a los compañeros y visitantes. Viven amargados porque, muchos no reciben ascenso como consecuencia de su vagancia; lo que aumenta su irresponsabilidad en la oficina. Sin embargo, están los negritos políticos, mejor conocidos como batatas, que mientras más lambones son, más oportunidades tienen para subir como la espuma.
Con los años, he notado que esta especie ha proliferado porque alegan que, como no están bien pagos, pues tienen que rendir un servicio según con lo que ganan. Yo no pienso igual. La mejor manera de darse a conocer como buen empleado es siendo buen empleado. Si no estoy conforme con mi trabajo, lo mejor es recoger mis bártulos e irme con mi música a otro lado. Jamás seré negrito del batey. No puedo. Tratar de ser un vago me convierte el día en un día interminable. Prefiero ser el buey del negrito, pero ganarme el dinero honestamente. Por eso trabajo por mi cuenta, para no encontrarme con esta calaña. Es más, me voy a trabajar para no amargarme el día.
Durante toda mi vida laboral, me he topado con muchos negritos y negritas del batey. Me he topado con mucha gente deshonesta que se gana el dinero haciendo lo mínimo o sin hacer nada.
Mientras trabajaba en el Tribunal, conocí a una negrita --de todas las negritas que trabajaron conmigo-- que era muy ingeniosa. La negrita salía de la casa a las 9:00 de la mañana y pretendía llegar la oficina a las 8:30. Su patrón de conducta era entrar por la puerta gritando a todo pulmón: «Ese estacionamiento es una &%$#. Llevo dando vueltas hace media hora y ahora fue que conseguí estacionamiento. Por eso llegué tarde». Como nadie quería antagonizarla, las supervisoras no le decían absolutamente nada.
Hubo otras que trabajaban mediodía cuando trabajaban fuera de la oficina, y el resto del día o se iban de tiendas o de playa. Y aquí pan y en el cielo gloria. Por lo regular, cuando tenían que faltar el lunes, aparecían de emergencia casos que había que supervisar en la comunidad. Cerraban la puerta de la oficina para dar la impresión de que trabajaban, pero lo que hacían era hablar por teléfono o mirar el techo.
Cuando llegué a trabajar, irónicamente, al Departamento del Trabajo, llegué a la cuna de los negritos y negritas del batey. El ejemplo mayor era mi jefe. Mi jefe vivía en Naranjito y todos los días llegaba tarde. Al llegar a la oficina, en vez de ponerse a trabajar, se reunía con su pana el subdirector para compartir un rato. Este sello de goma no tenía ni la más mínima idea ni intención de aprender cómo se operaba la oficina. El colmo de su osadía se conoció cuando se pasó una lista con todos los días acumulados de los empleados. Mi querido jefe, quien llegaba tarde y faltaba con regularidad, fue la persona que tuvo más días acumulados de vacaciones y por enfermedad. Después de las quejas, el director obligó a todos los jefes a que registraran su asistencia y llegadas y salidas en la libreta que pusiera en el escritorio de su secretaria.
Los negritos y negritas están en todas partes. Algunas estrategias son retrasar el trabajo para que el jefe se lo dé a otro empleado más eficiente. Alegar que no entienden, que no saben, que es mucho trabajo. La más utilizada por estos negritos es reportarse al Fondo del Seguro del Estado a la menor provocación. Su meta es tratar de lograr una pensión del Fondo del Seguro del Estado y del Seguro Social antes de cumplir los cuarenta años.
Existen los negritos y negritas enajenados. Estos son los que son vagos por naturaleza y faltan por cualquier razón; sin embargo, se consideran empleados estelares. Me pregunto yo: si estos son los estelares, ¿qué se puede esperar de los que estos consideran empleados deficientes?
Están los negritos y negritas malcriados. Estos son los que trabajan en oficinas de servicio al cliente. Lo primero que uno nota es la actitud negativa que grita, aunque no hablen: a qué diablos vienen a mortificarme la vida. Son personas que se creen que ellos le hacen un favor a los clientes o pacientes. Aquí incluyo las secretarias de los médicos del Fondo del Seguro del Estado, las secretarias de la ACAA, y las recepcionistas de muchas agencias gubernamentales, secretarias de médicos. Estas personas son los que llegan justo al momento de comenzar a trabajar. Colocan la cartera y se van para el baño a maquillarse o bajan a la cafetería a desayunarse. Se sientan de espalda a las personas que tienen que atender y no se les puede decir nada porque le saltan el turno.
Los negritos y negritas son personas que se molestan cuando tienen que trabajar con alguien que sí tiene la buena intención de trabajar y de ayudar a los compañeros y visitantes. Viven amargados porque, muchos no reciben ascenso como consecuencia de su vagancia; lo que aumenta su irresponsabilidad en la oficina. Sin embargo, están los negritos políticos, mejor conocidos como batatas, que mientras más lambones son, más oportunidades tienen para subir como la espuma.
Con los años, he notado que esta especie ha proliferado porque alegan que, como no están bien pagos, pues tienen que rendir un servicio según con lo que ganan. Yo no pienso igual. La mejor manera de darse a conocer como buen empleado es siendo buen empleado. Si no estoy conforme con mi trabajo, lo mejor es recoger mis bártulos e irme con mi música a otro lado. Jamás seré negrito del batey. No puedo. Tratar de ser un vago me convierte el día en un día interminable. Prefiero ser el buey del negrito, pero ganarme el dinero honestamente. Por eso trabajo por mi cuenta, para no encontrarme con esta calaña. Es más, me voy a trabajar para no amargarme el día.
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