viernes, 29 de octubre de 2010

Los hijos puertorriqueños de la posguerra

Es de conocimiento público que, después de la Segunda guerra mundial, hubo un aumento significativo en el índice de natalidad como consecuencia del regreso de los militares a sus hogares. Sabemos que tal generación la han llamado los hijos de la posguerra o los babyboomers. En el caso de Puerto Rico, para este período, las mujeres eran como fábricas de muchachos para que su marido tuviera ayudantes en el arado de la tierra.

¿Pero qué representan los hijos de la posguerra? ¿De qué son responsables los hijos de la posguerra? Los hijos de la posguerra representan el esfuerzo, el empuje, el sacrificio. Pero, a su vez, representan la castración de generaciones futuras.

Cuando estos hijos eran pequeños, los recursos escaseaban.  Muchos llegaban a cuarto año y otros abandonaban los estudios en octavo grado para irse a trabajar. El hijo o hija mayor tenía que sacrificar su interés en estudiar para que los que venían detrás pudieran estudiar. Era imperativo estudiar y salir a trabajar.  Los que estudiaban tenían que hacerlo sin ayuda porque muchos tenían más instrucción que sus padres. Los que no estudiaban tenían que trabajar o dejaban el nido para trabajar en el extranjero.

El sistema de transportación pública era lo que estaba disponible.  Eran muy pocos los que tenían un vehículo de motor en sus marquesinas.  Los veteranos y no veteranos tenían que trabajar para sustentar a sus familias.  Gran mayoría de los padres no tenía mucha instrucción, pero sí el empeño de que sus hijos estudiaran.

La estructura familiar era comunitaria; es decir, todo era de todos. Había que compartir. Había conciencia de cómo se invertía el dinero que se devengaba con mucho sacrificio.

El sistema de valores para este tiempo era primordial.  La disciplina era ruda. Nadie se atrevía a desafiar las miradas que los padres daban cuando los hijos hacían algo mal. Ese «prepárate» era el preludio de la paliza que les esperaba luego de haberse comportado de manera inadecuada.

Los hijos puertorriqueños de la pobreza crecieron con el deseo inculcado de salir adelante. Había que estudiar para «ser alguien». Había que estudiar, pero había que buscar los recursos.  Los hijos trabajaban y estudiaban.  Lucharon y, con sacrificio, fueron adquiriendo sus bienes, sus parejas y se casaron.

¿De qué son responsables?

Los hijos puertorriqueños de la posguerra son responsables de lo que hoy vivimos. Se dedicó a criar a los hijos (los nietos de la posguerra) con psicología. Aunque fue más consciente de no engendrar a lo loco porque había consecuencias y había que buscar dinero para mantenerlos, esta generación tuvo como su motivación mayor dar a sus hijos lo que no tuvieron. Aquí se bifurca la generación.  Existe un grupo que meramente se dedicó a vivir del cuento y hubo otro que se dedicó a trabajar y a superarse. Seguiré con el segundo. Esta porción trabajadora se destacó por comprar y dar desmesuradamente. Por eso se dedicó a dejar a los hijos solos para trabajar, trabajar y trabajar hasta lograr la casa de los sueños en una urbanización y sus dos hijos en el colegio.

Los nietos de la posguerra no caminaban para ir al colegio. A los nietos se llevaban y se dejaban; luego se recogían y se devolvían a casa.  Esta generación que se llamó la generación X creció bajo la opresión de los que más «sabían». Creció bajo el yugo de la generación que, a toda costa, sigue intentando que se haga su voluntad porque son los que saben. La generación X es la generación de la teta, la generación dependiente y sin personalidad propia. Son los que, después de 40 años, siguen dependiendo de papá y mamá. Los hijos de la posguerra, por la preocupación enferma de que sus hijos no se descarrilaran, no los dejaron crecer y jamás los empujaron fuera del nido para que aprendieran a valerse por ellos mismos.

Los nietos de la posguerra se han criado haraganes. Han desarrollado lo que yo llamo el Complejo de Loreal: yo me lo merezco.

¿De qué más son responsables los hijos de la posguerra?

Los hijos de la posguerra han procreado la generación del estudiante perpetuo. Estos son los que estudian en la universidad y, cuando les falta un año, cambian de facultad para comenzar en otra; y luego, otra; y luego, otra…  La generación X tiene muy poca conciencia del dinero porque todo se lo han dado sin ningún sacrificio. La filosofía es: lo que nada nos cuesta, hagámoslo fiesta.

En su adolescencia, los nietos de la posguerra pedían un carro y un carro aparecía.  Ya tenían su propio cuarto con televisión y teléfono particular.  Tenían un semanal fijo para cubrir sus gastos.  Esta generación descubrió que era más fácil casarse y quedarse viviendo con sus padres. Aquí no se sabe si es responsabilidad de los hijos o de los nietos de la posguerra.  Pero como dice el refrán: para pelear se necesitan dos.

A los hijos de la posguerra se les pueden llamar los carteros de la justificación. Para todo tienen un sello.  Nadie es responsable de nada. Los profesionales se han dedicado a justificar, a veces, lo injustificable.

Si una madre mata a su hijo al nacer, la culpa no es de ella; se debe a que padece de depresión posparto. Si una mujer mata a su marido, se debe a que padece el síndrome de la pareja maltratada. Si el hombre mata a su mujer es porque tiene un trastorno de personalidad no identificado o un arranque de ira momentánea. Si el nieto es una personita intranquila, tiene el síndrome de atención con hiperactividad. Esta generación ha desarrollado un síndrome que justifica todo.

Esta generación de los hijos de la posguerra también se puede considerar como la generación paranoica. Esta condición se caracteriza por ser «un patrón de desconfianza y suspicacia general hacia los otros, de forma que las intenciones de estos son interpretadas como maliciosas». Por ello, esta generación ha desarrollado el código laboral tan estricto que darle los buenos días a alguien en la oficina ya puede considerarse como un acto de acoso sexual.

En suma, que los hijos de la posguerra, más que evolucionar, lo que han hecho es atrasar el crecimiento personal y espiritual de las generaciones subsiguientes.  Sencillamente, su egoísmo y deseo desmedido de controlarlo todo lo que ha hecho es castrar el desarrollo interpersonal de su prole y por, ende, de nuestra sociedad. Pero la culpa no es mía.

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