lunes, 18 de octubre de 2010

Otra aventura del campista

Mientras pertenecí a la Asociación de Acampadores de Puerto Rico, conocí a muchas personas interesantes. Una de ellas fue El gran Jimmy.

A Jimmy lo conocí por medio de Mario, quien era acampador y compañero de trabajo mío. El Jimmy, como le digo hasta el sol de hoy, resultó ser fan de la Puerca Miss Piggy; igual que yo. Era fan de Alberto Cortés; igual que yo. Le gustaba el teatro; igual que yo. Así que, de ahí en adelante, comenzó una gran amistad. En síntesis, se juntaron --literalmente-- el hambre y las ganas de comer.

Al poco tiempo y con unas vacaciones a la vista, Jimmy me indicó que podíamos combinar un campamento a Culebra y seguir para una de las playas más hermosas en el mundo, situada en la isla de St. John, la playa de Cinnamon Bay, y regresar en el ferry que viajaba de St. Thomas a San Juan. La idea me pareció estupenda y accedí. La idea era pasar unos días en la playa de Flamenco y, de ahí, volar a St. Thomas, y llegar a St. John.

Como la intención era hacer campismo y como devengábamos sueldos de hambre en los trabajos que teníamos, decidimos llevar el dinero contado para par de días en Cinnamon Bay. El costo por acampar en la playa era de alrededor de unos trece dólares diarios. Ya el ferry estaba pago y con fecha de regreso.

Para ese tiempo vivía alquilado en una enorme terraza pegada a un pequeño apartamento en el área de San Patricio. Preparé todos mis bártulos y esperé a que me Jimmy pasara por mí. Me vino a recoger en el Jeep de otro acampador llamado Montalvo. Luego de las presentaciones, partimos por toda la carretera número 3, camino al puerto de Fajardo.

Montalvo había separado un espacio para llevarse su Jeep con él en el ferry. El viaje y la estadía en Culebra fueron de maravillas. No había el aglutinamiento de hoy día porque, si mal no recuerdo, llegamos un día de semana. Entre mis bártulos me llevé la guitarra y con mis tonos limitados, cantamos y nos divertimos un montón.

Llegado el día para partir a St. Thomas, Montalvo nos llevó al aeropuerto para encaramarnos en una avioneta que nos llevaría a la isla. El cupo de personas era como de seis pasajeros. Cuando llegamos a la avioneta, nos tocó en la parte de atrás del avión. Mi guitarra por poco se queda en Fajardo porque no me la dejaban pasar por problemas de peso. Al llegar el capitán, miró dentro de la avioneta. Miró a las señoras encopetadas, que no pesaban ni cien libras mojadas, y que estaban en el mismo medio del avión y les dijo: «Señoras, con todo respeto, pero van a tener que dejar que nos “nenes” --por nuestra corpulencia-- vayan en el medio del avión para nivelar el peso». Así que tuvimos que desalojar el avión y volvernos a acomodar, pero esta vez con los pichones en el medio de la nave. Informamos al piloto del problema con la guitarra y, luego de evaluar el peso, nos dejó llevarla.

Al llegar a St. Thomas, tomamos un taxi para que nos llevara al lugar donde tomaríamos la lancha para St. John. El día estaba soleado y el mar era un plato. Había otros turistas que visitarían la isla ese día solamente. Todos se maravillaban de las enormes mochilas que llevábamos a nuestras espaldas. A todos les informábamos de nuestros planes. Todo iba marchando como esperábamos.

Ya en la isla de St. John, el chofer de la furgoneta nos preguntó que si íbamos para Majo Bay. Le dijimos que no, que íbamos para Cinnamon Bay. De inmediato se dio vueltas en el asiento y nos dijo con su acento isleño y en inglés: «Cinnamon Bay está cerrada por reparaciones». Al escuchar tan terrible noticia, miré a Jimmy y le dije: «¿Tú no chequeaste antes de salir?». Muerto de la risa, me dice: «No, no se me ocurrió. Pensé que no habría problemas». Ante la mirada mía de asombro y de rabia, una de las turistas llamada Margarita se reía como si le hicieran cosquillas. Mientras más se reía, más me encolerizaba yo. Es aquí que el taxista nos dice que había otro lugar para acampar, Majo Bay. Como él iba a pasar por el lugar, nos dejaría frente a él.

Cuando llegamos a Majo Bay, preguntamos si podíamos acampar en el lugar y se nos dijo que sí. El dinero que teníamos no nos daba. Preguntamos si cogían tarjeta de crédito y nos dijeron que no; cheque, no. La solución que nos dieron fue que podíamos pagar nuestra estadía trabajando para ellos . Me negué rotundamente porque estaba de vacaciones y no veía a trabajar. Acto seguido, partimos del lugar.

Cuando salimos a la calle, vimos la furgoneta y la detuvimos. Resultó ser la misma furgoneta en la que viajaba Margarita. Al vernos, volvió a desternillarse de la risa. Mi cara de rabia era un poema.

De regreso al “downtown”, buscamos un lugar para pasar la noche. Conseguimos un hotelito llamado Hulda’s y nos registramos por una noche porque era lo que podíamos pagar. El costo por noche del hotelito nos consumió el presupuesto que teníamos para la estadía. Luego de mucha discusión, decidimos que regresaríamos a St. Thomas y haríamos arreglos para regresar en el ferry el próximo día.

Al día siguiente, buscamos un banco para sacar algo de dinero para poder pagar la transportación en San Juan. Encontramos un Banco Popular y tratamos de sacar dinero de la ATH, pero no lograba acceso con mi tarjeta aunque era del mismo banco. Entramos a la sucursal y traté de que me cambiaran un cheque. Tampoco. Ya cuando nos íbamos, el empleado nos dijo que sí teníamos una tarjeta de crédito nos podía dar un adelanto en efectivo. Maravilloso. Pues como es así, saqué la cantidad para el taxi en San Juan y algo más para comprar licor.

Del banco nos dirigimos a El Colorao. Allí gastamos lo que teníamos comprando licores, incluso el dinero para pagar el taxi. Como el barco atracaba en San Juan, sacaría el dinero de la ATH del Banco Popular que queda frente a los muelles.

Para hacer el resto del cuento largo corto, cuando llegábamos a San Juan, todos vimos como el barco entró por la bahía. Cercano al muelle en San Juan, notamos que no giró. Siguió. Siguió. Siguió hasta el Muelle 8 en Puerta de Tierra. El Muelle 8 no tiene ATH. ¿Y ahora?

Al bajarnos con todos los bártulos me acerqué a un taxista y le dije: «Vamos para San Patricio, pero no tenemos dinero. Si nos puedes llevar a una ATH primero, te pagaremos». Para mi sorpresa, el taxista accedió.

Cuando fui a sacar el dinero, el taxista me comenta: «No te apures que el que se te acerque le vuelo la tapa de los seos con la pistola que llevo conmigo». «¿Cómo?¬» Saqué mi dinero, llegamos a casa, le pago al taxista y nos bajamos. Cuando voy a abrir el portón para entrar le digo a Jimmy: «La guitarra, ¿tienes la guitarra?». «No.» ¡¡¡SE PERDIÓ LA GUITARRA!!!

Ya resignado ante la pérdida, veo que un carro que baja a toda prisa y de adentro se escucha una voz que dice: Se vende una guitarra, se vende una guitarra. Los dos miramos y vimos a cara del taxista que se dio cuenta de la guitarra cuando dio la curva y la guitarra dio contra su pierna. Agarré mi guitarra, le di las gracias, pero di más gracias por haber llegado a mi casada luego de la pesadilla de Cinnamon Bay.

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