Si alguno se
ayuntare con varón como con mujer,
abominación
hicieron;
ambos han de ser
muertos;
sobre ellos será su
sangre.
Levítico 20:13
(Reina-Valera 1960)
Johannes est nomen ejus
Me aterroricé. Quería gritar y pedir ayuda,
pero el pañuelo que me atragantaba me lo impedía. Tenía desencajada la quijada.
No había nada que pudiera hacer. Me angustié más al recordar mi soledad: la
física y la emocional. Alfonso ya no estaba y todos mis inquilinos habían
salido durante el fin de semana; no había quien me ayudara. Me recriminé por no
percatarme de cuan desquiciado era este extraño. ¡Había metido a un psicópata en
mi casa! Ahora no sabía cómo podía salir de esta insólita situación.
Era Noche Vieja. Había decidido enajenarme en una de las
discotecas gay de San Juan para adormecer, aunque fuera por un rato, la
amargura producto del rompimiento amoroso entre Alfonso y yo. Luego de veinte
años de relación huracanada por momentos, pero estable —creía yo—, el muy ruin
se enamoró de otro hombre mucho más joven que yo. ¡Hipócrita! Meses más tarde,
dentro de un cajón que olvidó llevarse, descubrí las cartas que evidenciaban que,
durante nuestra convivencia, fueron muchos los romances ocultos de los que no
me enteré. Aunque ya había pasado casi un año, todavía me dolía como si hubiese
acabado de suceder. ¡Qué imbécil fui!
Para aplacar el luto y el vacío durante la época navideña,
invité a unos amigos neoyorquinos a pasar la temporada conmigo, pero, esa noche
—y lo comprendo—, todos decidieron recibir el nuevo año acompañados de sus
familiares consanguíneos. Yo no quería pasarlo solo, así que resolví despedirlo
con alguien costara lo que costara.
Según me acercaba a la discoteca, escuchaba el estruendoso sonido
de la música retumbar por toda la calle repleta de bombillas multicolores y
ornamentos alusivos a la época. For auld lang syne, my dear, for auld lang
syne. We'll take a cup o' kindness yet, for auld lang syne. El ambiente era bullicioso; por
toda la calle se veían adonis de todo tipo. Aunque aún añoraba a Alfonso, me
dije: “Año nuevo, vida nueva”.
Antes de subir, me estudié en el espejo de la pared lateral
pegada a la escalera que accedía a la discoteca. (Ha sido la regla no escrita echarse
una última mirada previo a entrar al local). Noté que más canas adornaban mi
cabeza, pero no me importó porque eran evidencia de lo vivido. Además, me daban
la apariencia de hombre maduro interesante porque eran exclusivamente en la
sien y en las patillas.
Estrenaba un pantalón hip-hugger
blanco y acampanado. La camisa en seda del mismo color era holgada para
disimular la panza incipiente producto de la falta de ejercicio, los excesos
navideños y del consuelo con comida.
Aún me sentía herido, pero no iba a permitir que la autopena
me estropeara la noche. No estaba ni para recriminaciones, ni críticas ni para excusarme
por mis actos. Antes de subir, decidí que muy poco me importaba lo que la gente
pensara de mí. En este último día del año, haría lo que quisiera sin
arrepentirme de nada. En esta noche todo estaba permitido. Saqué un cigarrillo
de la pitillera que me había regalado Alfonso; lo coloqué en la boquilla dorada
y lo encendí. Aspiré varias bocanadas y subí las escaleras coronado por la
estela de humo.
—Felicidades, Fred —dije al portero.
—Felicidades, John. Hace tiempo que no se te veía. ¿Estabas
enfermo? —me respondió dándome un beso en la mejilla.
—¡Ay!, chico, el trabajo —mentí.
—Me alegra verte de vuelta. Hoy son veinte dólares la
entrada. ¿Tú sabes?, tenemos show,
pero tienes derecho a dos tragos —me dijo cortando dos tiquetes del rollo colocado
sobre la mesa—. Toma. Antonio Pantojas es la atracción hoy y viene con un espectáculo
nuevo estupendo porque es una parodia de cómo las locas de clóset despiden el
año. La lengua la tiene más suelta que nunca.
—¡Ay, qué chévere! Necesito reírme esta noche. Vamos a ver
si puedo hablar con él. Hace tanto que no compartimos. Alfonso lo detestaba y
que por ser gente de orilla.
—Lamento lo sucedido.
—No te apenes. El tiempo es el mejor aliado. Ya lo he
superado —volví a mentir.
—Adelante. Espero disfrutes. La discoteca está full de chicos bellos. Muchos son
extranjeros.
—Ya me di cuenta. Afuera hay unos…
—Indigestión pupilar, John, indigestión pupilar.
—Pupilar, nada. Esta noche quiero encontrarme con el hombre que
ame hasta que no pueda respirar más. Esta soltería me mata. Estoy a punto de
comprarme una aguja e hilo y aprender a bordar, pero me atormenta hincarme con
ella. Me pongo grave cuando veo sangre —le dije forzando las carcajadas—. Te
veo.
Abrí la puerta de par en par y entré. La discoteca estaba
repleta de jóvenes exquisitos. Busqué a ver si veía a algún viejo romance o tal
vez a Alfonso, pero ninguna cara me era conocida. Me allegué a la barra: “Dame
un dirty
martini extra dry en
las rocas y me echas tres aceitunas, por favor. ¡Ah!, y también dame un shot doble de
tequila”.
Me sirvieron los tragos. Me tomé de un sorbo el tequila,
pagué y caminé hacía donde comenzaba la pista de baile. Al volver la mirada a
la puerta, Alfonso entraba con el amante de turno. Una mezcla de coraje con
dolor, odio con despecho se apoderó de mí. No quería que me viera sin
acompañante. Así que me moví más a la parte oscura de la pista.
Cerca del pasillo que daba al baño, divisé a un chico.
Apenas pasaría de veinticinco años, alto, esbelto, con el pelo negro ondulado
hasta la nuca. Las cejas espesas bien delineadas enmarcaban una mirada penetrante.
Me atrajo el mostachón, la nariz griega y la boca pulposa.
El foco de luz intermitente sobre el galán realzaba la camisa
negra abierta y mostraba a intervalos un pecho tipo alfombra shaggy dándole
un aspecto de oso de peluche. “Qué maravilla de chico”, me dije. El pantalón también
lo llevaba muy ajustado y del mismo color de la camisa. Se veía espectacular. Lo
miré con detenimiento y concluí que sólo le faltaba un cuello clerical para parecerse
a un sacerdote. (No, no quiero saber más de sacerdotes. Alfonso fue debut y
despedida.) Tan pronto lo noté observándome, di media vuelta como si no
estuviera interesado. Enseguida, alguien me tocaba el hombro y decía con voz
profunda.
—Hi, there.
Cuando me viré, ahí estaba él.
—Well hello, sweetie. ¿Te han
dicho que tienes un parecido con Rock Hudson?
—¿Quién es ese?
—Olvídalo —dije riendo.
Gloria Gaynor sonaba
por las bocinas: …oh, now go, walk out the door. Just turn
around. Now, you’re not welcome anymore. Weren’t you the one who tried to break
me with desire? Did you think I’d crumble? Did you think I’d lay down and die?
—¿Quieres bailar? —me preguntó a la vez que me tomaba la
mano y me la apretaba.
—Claro, I will survive es mi nueva
consigna. ¿Cómo te llamas? —grité tratando de superar la estridencia de las bocinas.
—Sammy, pero prefiero Ángel.
—¿Y por qué la disparidad?
—Es una historia larga; mejor dejarlo para otro día.
—¿Para otro día? Bueno, pues encantado, Angelillo.
—Angelillo, no; Ángel —me dijo con tono enérgico.
Luego del regaño, me coqueteó con los ojos y me dio un beso
efusivo en la boca.
—Niño, pero déjame respirar. ¡Ay, qué calor!, no pierdes
tiempo —fue lo único que se me ocurrió decirle mientras me abanicaba la cara
con ambas manos.
Por encima del hombro de Ángel, noté que
Alfonso me miraba molesto. No sé por qué; ya no éramos nada. De manera
inesperada, agarró a su acompañante por el brazo, le dijo algo al oído y huyeron
del local. De ahí en adelante, me arropó una contentura casi olvidada.
Ángel y yo permanecimos juntos, disfrutamos
del espectáculo de la Pantojas, recibimos
el nuevo año y bailamos gran parte de la noche. Había algo en el chico que me
atraía, me intrigaba y me asustaba, pero no podía definirlo.
—Te veo algo inquieto y mirando mucho para
la puerta —me preguntó al notar cuan pendiente estaba de todo el que entraba a
la disco.
—No es nada.
—¿Quieres salir?
—No, no; está bien. Es que espero a dos parejas
de amigos que están quedándose en casa y acordamos encontrarnos aquí luego de las
visitas rutinarias a sus familiares. Me da la impresión de que no llegarán hoy.
De seguro que se pasaron de tragos y prefirieron regresar mañana. Pero tengo
una idea mejor —dije pasándole la mano por el pecho—, vivo cerca. ¿Por qué no
vamos a casa y nos tomamos unas copas y volvemos a despedir el año, pero en
casa? Tengo varias botellas de Möet & Chandon heladitas. ¿Qué me dices? ¿Vamos?
—Estupendo. A Sammy le encanta la idea.
—Oye, ¿es Sammy o Ángel?
Bajamos corriendo las escaleras del local.
—Espérate que me caigo, chico —protesté—.
Tengo que bajar con calma o me rompo una pierna con estos zapatacones.
—Perdona, no quise ajorarte.
Subimos por la calle La Cruz hasta llegar a
la calle Sol. Una cuadra más adelante, me detuve frente al edificio de tres
pisos, abrí la puerta y entramos. Ya en el pasillo, Ángel me enganchó en un
abrazo de oso. Me pegó contra la pared y me besó con vehemencia, rozando sus
caderas contra las mías. Su ímpetu me asfixiaba.
—¡Ay!, pero deja llegar al apartamento —susurré—.
Aquí no; qué dirán mis inquilinos si nos ven.
—Avanza. Me tienes loquito de pasión, mi
corderito. Tú vives solo, ¿verdad?
—Pues claro. Lindo me vería yo, a los
cincuenta, viviendo con mi madre y mi padrastro. No te preocupes; me desedipé hace tiempo.
Entonces fui yo quien le agarré la mano y
lo halé.
—Avanza.
Subimos las escaleras hasta llegar al tercer
piso. Apurado abrí la puerta, las llaves fueron a parar no sé dónde y, en la
penumbra, comenzó el desenfreno. Aumentó el resuello. Nuestros cuerpos
enredados se hacían uno, se estudiaban, se conocían. Retrocedía yo y me empujaba
él hacia el sofá de la sala. Forcejeábamos por quitarnos las prendas de ropa que
entorpecían el descontrolado apetito de copular. Caí de espaldas sobre los
cojines; Ángel, encima de mí.
***
Él se levantó primero. Noté el puño que
hizo con la mano derecha y pegó contra la izquierda al mismo tiempo que,
todavía desnudo, caminaba hacia el pasillo del apartamento.
—¿Vas a ducharte? El baño está por ahí mismo
a la derecha —le dije.
—Voy donde a ti no te importa, y no me des
órdenes.
—¿Y ese carácter? Tiemblo.
Ángel regresó más airado. Me agarró por el
pelo con la mano izquierda y me levantó del sofá . Lo empujé, pero con la derecha,
me inmovilizó doblándome el brazo en la espalda. Forcejeé para zafarme, pero
fue inútil.
—¿Pero qué te pasa, Ángel? ¡Suél-ta-me!
—Shut your fucking… —me contestó con tono grave.
Súbito me empujó contra la puerta de entrada
sin ceder el agarre en la espalda. Sentí que liberó la mano izquierda, agarró un
jarrón que había sobre una mesa al lado de la puerta, me pegó por la cabeza y
no supe más.
Cuando volví en mí, estaba atado a una
silla con el cable telefónico, y con un pañuelo metido en la boca que me
dificultaba respirar. Las palpitaciones aumentaron cuando vi a Ángel frente a mí
observándome con detenimiento. En ese momento, comprendí que estaba en graves
problemas; en ese momento, odié como nunca a Alfonso; en ese momento, me sentí
sucio; en ese momento, me arrepentí de haber invitado a este lunático a mi
hogar; de ahí en adelante, supe que estaba perdido.
—Don’t be scared, little lamb —me dijo en tono grave, al mismo tiempo que me propinaba una
bofetada—. I am in charge now.
Mi agresor fue al tocadiscos y rebuscó
entre los LP. Agarró varios de ellos, los colocó uno encima de otro en el Magnavox
y lo puso a funcionar. La primera canción que sonó fue la de Donna Summer Love
to love you, baby.
Ángel dio media vuelta frente al tocadiscos
y se recostó del equipo. La luz de la calle entraba por las celosías e iluminaba
cada músculo del cuerpo desnudo de aquel demente parecido al David de Miguel
Ángel. Me coqueteó, frotó los genitales y contoneó el cuerpo. I love to love you baby… Manoseó
su pecho y las piernas de manera lasciva. When you're laying so close to me… Estaba confundido
ante aquel absurdo. There's no place
I'd rather you be than with me… Sentí
cómo trinqué el cuello y la cara cuando él pegó la suya
contra la mía. I love to love you,
baby…
Luego descansó sobre mis piernas y rozó su cabeza por mi
hombro sudado y tenso. Do it to me again and again… Me avergoncé de mi desnudez y de mi impotencia. You put me in such an awful spin, in a spin… Ángel despegó el cuerpo suyo para palparme los
genitales y estrujar su piel contra la mía; al mismo tiempo se excitaba más. I love to love you
baby. Lay your head down real close to me… Me vino
una arcada, pero reprimí el impulso de vomitar. Respiré
profundo. Soothe my mind and set me free, set me free… No pude contener el llanto.
—No llores, mi corderito. Ángel te quiere.
Sammy, no; pero Ángel, sí —dijo con voz aguda, a la vez que me mordía el pecho sin
cesar.
Se puso de pie y merodeó por el apartamento. Llegó a la cocina.
Escuché cuando abría las gavetas y rebuscaba en todas. El pánico me arropó al
verlo regresar a la sala con el cuchillo de cortar carne y pasárselo por el antebrazo
hasta penetrar la piel. Dejó escapar un seseo aspirado al mismo tiempo que limpiaba
la sangre de la cortadura con la lengua.
—¡Ah!
Me aterré más cuando comenzó a frotarme el filo del cuchillo
por la boca.
—Mira lo que encontré, mi corderito —dijo acercándose más y deslizando
el extremo romo hasta rozar mis genitales—. Ssse sssiente rico, ¿verdad?
La respiración mía se tornó sibilante y se aceleró más. Ángel
pegó la cabeza a mi pecho para escucharla mejor. Volvió a acariciar mi muslo
tenso con el objeto de metal. Esta vez lo presionó hasta hundir la punta en mi piel.
El dolor fue muy agudo, pero mi grito lo enmudeció el pañuelo. Con la mirada
suplicaba a Ángel que no siguiera.
—Deja de llorar, mi corderito —dijo enfriándome la sien con la
parte ancha del cuchillo.
Traté de soltarme, pero no había manera. La atadura estaba
demasiado ajustada y no cedía. Con una mano me agarró por el pelo y con la otra
me enterró el cuchillo hasta arrancarme un pedazo del cuero cabelludo. Otra vez
no supe más.
No sé qué tiempo pasó, pero de ahí en adelante comencé a ver
todo desde fuera de mí sin comprender nada. Me sentí flotar y vi cómo un cordón
plateado me conectaba al cuerpo inerte. Frente a mí, estaba aquella materia
bañada de la sangre que emanaban las heridas. Desde lo alto, veía a Ángel abofetearlo
para sacarlo de la inconsciencia. El seseo aspirado volvía a escapársele
exaltándolo más. De la misma manera que el cuerpo permanecía inerte, asimismo
mis emociones se mantenían pasivas, neutras, suspendidas.
Ángel pasó la lengua por el cuerpo inmóvil y saboreó las heridas.
Movía las caderas hacia el frente, hacia atrás y hacia ambos lados rozando el
glande por el pecho ensangrentado. Asiendo el cuchillo con ambas manos, elevó
los brazos a manera de sacrificio y los bajó con vigor. Al ritmo de la música, comenzó
a danzar alrededor de lo que, hasta un momento, había sido mi armadura de carne
y hueso, y clavó el cuchillo en la espalda gritando:
—In the name of Mathew.
Luego en el hombro:
—In the name of Mark.
En el costado:
La cuarta puñalada me perforó el corazón.
—In the name of John.
El cordón que me ataba a aquella masa corpórea partió y, en
sincronía, me embriagué de una paz novedosa. Mi agresor se despegó del cadáver
y le quitó la mordaza. A más sangre brotaba de mi pretérito caparazón, más
fogoso se tornaba Ángel.
Al rato, soltó las ataduras y vi cómo el cuerpo se deslizaba
por la silla hasta caer sobre el charco de sangre. Ángel abrazó el torso, lo besó
con ternura y comenzó a llorar.
—Qué pena, mi corderito. Lamento haberte hecho esto, pero no
tenía otra opción. Fuiste el más cariñoso de todos y el más que me ha gustado.
Se puso de pie y con el cuchillo, cortó al lado de siete
cicatrices en el antebrazo derecho. Dio media vuelta y se dijo:
—Nada más me falta un corderito para que dejes de
atormentarme, Sammy.
—Wrong. You’re next —se respondió con voz grave.
—No, Sammy. Eran nueve corderitos para liberarme de los
demonios sodomitas. Me falta uno nada más —suplicó acercando la punta del
cuchillo a su pecho con la mano derecha.
—Yeah, you. You
die; you’re free, you freak.
Desde arriba, vi cómo la lucha se intensificó entre el brazo
que acercaba el cuchillo al abdomen de Ángel y el que hacía todo lo posible por
despegarlo.
—No, Sammy. He hecho todo cuanto Dios te dijo. Déjame
buscarte el último. Te lo suplico, no. ¡Sammy…!
El brazo derecho dominaba el izquierdo.
—If a man also lie with mankind, as he lieth with a woman,
both of them have committed an abomination.
Blood shall be upon you! —gritó al mismo tiempo que el cuchillo se incrustaba en el
abdomen.
Ángel encorvó el cuerpo hacia el frente cuando el metal penetró
la piel hasta la mitad. Abrió la boca y se desplomó enterrándoselo aún más. La
sangre emanaba de su cuerpo y se apresuraba para fundirse con la mía, creando
un aguazal escarlata que intentaba huir por el medio de la sala evadiendo la
complicidad.
—You’re free, bitch.
Burn in hell. Our Father, who art in heaven, hallowed be… —balbuceó
la voz grave antes de que una apariencia opaca expeliera también del cuerpo
tirado al lado del que fuera mío. La noté alterada, como si no supiera lo que
acaba de acontecer ni dónde se encontraba. Momentos después la misma esencia perturbada
se transformó en una nube negra y se desintegró en la nada. Entonces comprendí:
ambos nos habíamos transformado en éter.
A medida que una fulgurante luz incolora me iluminaba desde lo alto y la barítona voz me llamaba por mi nombre, comencé a distanciarme de la escena siniestra. Afuera despuntaba el día. Del apartamento desertaba el arrullo de Cat Stevens: “Morning has broken, like the first morning. Blackbird has spoken, like the first bird. Praise for the singing, praise for the morning; praise for the springing fresh from the word…”
Abajo mis amigos regresaban felices. Todos miraron hacia el
balcón, pero ninguno notó la heterogénea gota roja que intentaba caer sobre
ellos.
Wow! Mr. Tower, I admired your talent!! This short story is awesome, clear and warm like the blood that flows in my body. In both settings I could see myself there. The characterization was great.The dialogue flows naturally..., you are a genious!!
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