viernes, 2 de diciembre de 2011

EL ÁNGEL DE LOS SOLTEROS


Si alguno se ayuntare con varón como con mujer,
abominación hicieron;
ambos han de ser muertos;
sobre ellos será su sangre.
Levítico 20:13
(Reina-Valera 1960)

Johannes est nomen ejus

Me aterroricé. Quería gritar y pedir ayuda, pero el pañuelo que me atragantaba me lo impedía. Tenía desencajada la quijada. No había nada que pudiera hacer. Me angustié más al recordar mi soledad: la física y la emocional. Alfonso ya no estaba y todos mis inquilinos habían salido durante el fin de semana; no había quien me ayudara. Me recriminé por no percatarme de cuan desquiciado era este extraño. ¡Había metido a un psicópata en mi casa! Ahora no sabía cómo podía salir de esta insólita situación. 

Era Noche Vieja. Había decidido enajenarme en una de las discotecas gay de San Juan para adormecer, aunque fuera por un rato, la amargura producto del rompimiento amoroso entre Alfonso y yo. Luego de veinte años de relación huracanada por momentos, pero estable —creía yo—, el muy ruin se enamoró de otro hombre mucho más joven que yo. ¡Hipócrita! Meses más tarde, dentro de un cajón que olvidó llevarse, descubrí las cartas que evidenciaban que, durante nuestra convivencia, fueron muchos los romances ocultos de los que no me enteré. Aunque ya había pasado casi un año, todavía me dolía como si hubiese acabado de suceder. ¡Qué imbécil fui!
Para aplacar el luto y el vacío durante la época navideña, invité a unos amigos neoyorquinos a pasar la temporada conmigo, pero, esa noche —y lo comprendo—, todos decidieron recibir el nuevo año acompañados de sus familiares consanguíneos. Yo no quería pasarlo solo, así que resolví despedirlo con alguien costara lo que costara.
Según me acercaba a la discoteca, escuchaba el estruendoso sonido de la música retumbar por toda la calle repleta de bombillas multicolores y ornamentos alusivos a la época. For auld lang syne, my dear, for auld lang syne. We'll take a cup o' kindness yet, for auld lang syne. El ambiente era bullicioso; por toda la calle se veían adonis de todo tipo. Aunque aún añoraba a Alfonso, me dije: “Año nuevo, vida nueva”.
Antes de subir, me estudié en el espejo de la pared lateral pegada a la escalera que accedía a la discoteca. (Ha sido la regla no escrita echarse una última mirada previo a entrar al local). Noté que más canas adornaban mi cabeza, pero no me importó porque eran evidencia de lo vivido. Además, me daban la apariencia de hombre maduro interesante porque eran exclusivamente en la sien y en las patillas.
Estrenaba un pantalón hip-hugger blanco y acampanado. La camisa en seda del mismo color era holgada para disimular la panza incipiente producto de la falta de ejercicio, los excesos navideños y del consuelo con comida.
Aún me sentía herido, pero no iba a permitir que la autopena me estropeara la noche. No estaba ni para recriminaciones, ni críticas ni para excusarme por mis actos. Antes de subir, decidí que muy poco me importaba lo que la gente pensara de mí. En este último día del año, haría lo que quisiera sin arrepentirme de nada. En esta noche todo estaba permitido. Saqué un cigarrillo de la pitillera que me había regalado Alfonso; lo coloqué en la boquilla dorada y lo encendí. Aspiré varias bocanadas y subí las escaleras coronado por la estela de humo.
—Felicidades, Fred —dije al portero.
—Felicidades, John. Hace tiempo que no se te veía. ¿Estabas enfermo? —me respondió dándome un beso en la mejilla.
—¡Ay!, chico, el trabajo —mentí.
—Me alegra verte de vuelta. Hoy son veinte dólares la entrada. ¿Tú sabes?, tenemos show, pero tienes derecho a dos tragos —me dijo cortando dos tiquetes del rollo colocado sobre la mesa—. Toma. Antonio Pantojas es la atracción hoy y viene con un espectáculo nuevo estupendo porque es una parodia de cómo las locas de clóset despiden el año. La lengua la tiene más suelta que nunca.
—¡Ay, qué chévere! Necesito reírme esta noche. Vamos a ver si puedo hablar con él. Hace tanto que no compartimos. Alfonso lo detestaba y que por ser gente de orilla.
—Lamento lo sucedido.
—No te apenes. El tiempo es el mejor aliado. Ya lo he superado —volví a mentir.
—Adelante. Espero disfrutes. La discoteca está full de chicos bellos. Muchos son extranjeros.
—Ya me di cuenta. Afuera hay unos…
—Indigestión pupilar, John, indigestión pupilar.
—Pupilar, nada. Esta noche quiero encontrarme con el hombre que ame hasta que no pueda respirar más. Esta soltería me mata. Estoy a punto de comprarme una aguja e hilo y aprender a bordar, pero me atormenta hincarme con ella. Me pongo grave cuando veo sangre —le dije forzando las carcajadas—. Te veo.
Abrí la puerta de par en par y entré. La discoteca estaba repleta de jóvenes exquisitos. Busqué a ver si veía a algún viejo romance o tal vez a Alfonso, pero ninguna cara me era conocida. Me allegué a la barra: “Dame un dirty martini extra dry en las rocas y me echas tres aceitunas, por favor. ¡Ah!, y también dame un shot doble de tequila”.
Me sirvieron los tragos. Me tomé de un sorbo el tequila, pagué y caminé hacía donde comenzaba la pista de baile. Al volver la mirada a la puerta, Alfonso entraba con el amante de turno. Una mezcla de coraje con dolor, odio con despecho se apoderó de mí. No quería que me viera sin acompañante. Así que me moví más a la parte oscura de la pista.
Cerca del pasillo que daba al baño, divisé a un chico. Apenas pasaría de veinticinco años, alto, esbelto, con el pelo negro ondulado hasta la nuca. Las cejas espesas bien delineadas enmarcaban una mirada penetrante. Me atrajo el mostachón, la nariz griega y la boca pulposa.  
El foco de luz intermitente sobre el galán realzaba la camisa negra abierta y mostraba a intervalos un pecho tipo alfombra shaggy dándole un aspecto de oso de peluche. “Qué maravilla de chico”, me dije. El pantalón también lo llevaba muy ajustado y del mismo color de la camisa. Se veía espectacular. Lo miré con detenimiento y concluí que sólo le faltaba un cuello clerical para parecerse a un sacerdote. (No, no quiero saber más de sacerdotes. Alfonso fue debut y despedida.) Tan pronto lo noté observándome, di media vuelta como si no estuviera interesado. Enseguida, alguien me tocaba el hombro y decía con voz profunda.
—Hi, there.
Cuando me viré, ahí estaba él.
Well hello, sweetie. ¿Te han dicho que tienes un parecido con Rock Hudson?
—¿Quién es ese?
—Olvídalo —dije riendo.
Gloria Gaynor sonaba por las bocinas: …oh, now go, walk out the door. Just turn around. Now, you’re not welcome anymore. Weren’t you the one who tried to break me with desire? Did you think I’d crumble? Did you think I’d lay down and die?
—¿Quieres bailar? —me preguntó a la vez que me tomaba la mano y me la apretaba. 
—Claro, I will survive es mi nueva consigna. ¿Cómo te llamas? —grité tratando de superar la estridencia de las bocinas.
—Sammy, pero prefiero Ángel.
—¿Y por qué la disparidad?
—Es una historia larga; mejor dejarlo para otro día.
—¿Para otro día? Bueno, pues encantado, Angelillo.
—Angelillo, no; Ángel —me dijo con tono enérgico.
Luego del regaño, me coqueteó con los ojos y me dio un beso efusivo en la boca.
—Niño, pero déjame respirar. ¡Ay, qué calor!, no pierdes tiempo —fue lo único que se me ocurrió decirle mientras me abanicaba la cara con ambas manos.
Por encima del hombro de Ángel, noté que Alfonso me miraba molesto. No sé por qué; ya no éramos nada. De manera inesperada, agarró a su acompañante por el brazo, le dijo algo al oído y huyeron del local. De ahí en adelante, me arropó una contentura casi olvidada.
Ángel y yo permanecimos juntos, disfrutamos del espectáculo de la Pantojas, recibimos el nuevo año y bailamos gran parte de la noche. Había algo en el chico que me atraía, me intrigaba y me asustaba, pero no podía definirlo.
—Te veo algo inquieto y mirando mucho para la puerta —me preguntó al notar cuan pendiente estaba de todo el que entraba a la disco.
—No es nada.
—¿Quieres salir?
—No, no; está bien. Es que espero a dos parejas de amigos que están quedándose en casa y acordamos encontrarnos aquí luego de las visitas rutinarias a sus familiares. Me da la impresión de que no llegarán hoy. De seguro que se pasaron de tragos y prefirieron regresar mañana. Pero tengo una idea mejor —dije pasándole la mano por el pecho—, vivo cerca. ¿Por qué no vamos a casa y nos tomamos unas copas y volvemos a despedir el año, pero en casa? Tengo varias botellas de Möet & Chandon heladitas. ¿Qué me dices? ¿Vamos?
—Estupendo. A Sammy le encanta la idea.
—Oye, ¿es Sammy o Ángel?
Bajamos corriendo las escaleras del local.
—Espérate que me caigo, chico —protesté—. Tengo que bajar con calma o me rompo una pierna con estos zapatacones.
—Perdona, no quise ajorarte.
Subimos por la calle La Cruz hasta llegar a la calle Sol. Una cuadra más adelante, me detuve frente al edificio de tres pisos, abrí la puerta y entramos. Ya en el pasillo, Ángel me enganchó en un abrazo de oso. Me pegó contra la pared y me besó con vehemencia, rozando sus caderas contra las mías. Su ímpetu me asfixiaba.
—¡Ay!, pero deja llegar al apartamento —susurré—. Aquí no; qué dirán mis inquilinos si nos ven.
—Avanza. Me tienes loquito de pasión, mi corderito. Tú vives solo, ¿verdad?
—Pues claro. Lindo me vería yo, a los cincuenta, viviendo con mi madre y mi padrastro. No te preocupes; me desedipé hace tiempo.
Entonces fui yo quien le agarré la mano y lo halé.
—Avanza.
Subimos las escaleras hasta llegar al tercer piso. Apurado abrí la puerta, las llaves fueron a parar no sé dónde y, en la penumbra, comenzó el desenfreno. Aumentó el resuello. Nuestros cuerpos enredados se hacían uno, se estudiaban, se conocían. Retrocedía yo y me empujaba él hacia el sofá de la sala. Forcejeábamos por quitarnos las prendas de ropa que entorpecían el descontrolado apetito de copular. Caí de espaldas sobre los cojines; Ángel, encima de mí.
 ***
Él se levantó primero. Noté el puño que hizo con la mano derecha y pegó contra la izquierda al mismo tiempo que, todavía desnudo, caminaba hacia el pasillo del apartamento.
—¿Vas a ducharte? El baño está por ahí mismo a la derecha —le dije.
—Voy donde a ti no te importa, y no me des órdenes.
—¿Y ese carácter? Tiemblo.
Ángel regresó más airado. Me agarró por el pelo con la mano izquierda y me levantó del sofá . Lo empujé, pero con la derecha, me inmovilizó doblándome el brazo en la espalda. Forcejeé para zafarme, pero fue inútil.
—¿Pero qué te pasa, Ángel? ¡Suél-ta-me!
Shut your fucking… —me contestó con tono grave.
Súbito me empujó contra la puerta de entrada sin ceder el agarre en la espalda. Sentí que liberó la mano izquierda, agarró un jarrón que había sobre una mesa al lado de la puerta, me pegó por la cabeza y no supe más.
Cuando volví en mí, estaba atado a una silla con el cable telefónico, y con un pañuelo metido en la boca que me dificultaba respirar. Las palpitaciones aumentaron cuando vi a Ángel frente a mí observándome con detenimiento. En ese momento, comprendí que estaba en graves problemas; en ese momento, odié como nunca a Alfonso; en ese momento, me sentí sucio; en ese momento, me arrepentí de haber invitado a este lunático a mi hogar; de ahí en adelante, supe que estaba perdido.
Don’t be scared, little lamb —me dijo en tono grave, al mismo tiempo que me propinaba una bofetada—. I am in charge now.
Mi agresor fue al tocadiscos y rebuscó entre los LP. Agarró varios de ellos, los colocó uno encima de otro en el Magnavox y lo puso a funcionar. La primera canción que sonó fue la de Donna Summer Love to love you, baby.
Ángel dio media vuelta frente al tocadiscos y se recostó del equipo. La luz de la calle entraba por las celosías e iluminaba cada músculo del cuerpo desnudo de aquel demente parecido al David de Miguel Ángel. Me coqueteó, frotó los genitales y contoneó el cuerpo. I love to love you baby Manoseó su pecho y las piernas de manera lasciva. When you're laying so close to meEstaba confundido ante aquel absurdo. There's no place I'd rather you be than with me… Sentí cómo trinqué el cuello y la cara cuando él pegó la suya contra la mía. I love to love you, baby Luego descansó sobre mis piernas y rozó su cabeza por mi hombro sudado y tenso. Do it to me again and again… Me avergoncé de mi desnudez y de mi impotencia. You put me in such an awful spin, in a spin… Ángel despegó el cuerpo suyo para palparme los genitales y estrujar su piel contra la mía; al mismo tiempo se excitaba más. I love to love you baby. Lay your head down real close to me… Me vino una arcada, pero reprimí el impulso de vomitar. Respiré profundo. Soothe my mind and set me free, set me free… No pude contener el llanto.  
—No llores, mi corderito. Ángel te quiere. Sammy, no; pero Ángel, sí —dijo con voz aguda, a la vez que me mordía el pecho sin cesar.
Se puso de pie y merodeó por el apartamento. Llegó a la cocina. Escuché cuando abría las gavetas y rebuscaba en todas. El pánico me arropó al verlo regresar a la sala con el cuchillo de cortar carne y pasárselo por el antebrazo hasta penetrar la piel. Dejó escapar un seseo aspirado al mismo tiempo que limpiaba la sangre de la cortadura con la lengua.
—¡Ah!
Me aterré más cuando comenzó a frotarme el filo del cuchillo por la boca.
—Mira lo que encontré, mi corderito —dijo acercándose más y deslizando el extremo romo hasta rozar mis genitales—. Ssse sssiente rico, ¿verdad?
La respiración mía se tornó sibilante y se aceleró más. Ángel pegó la cabeza a mi pecho para escucharla mejor. Volvió a acariciar mi muslo tenso con el objeto de metal. Esta vez lo presionó hasta hundir la punta en mi piel. El dolor fue muy agudo, pero mi grito lo enmudeció el pañuelo. Con la mirada suplicaba a Ángel que no siguiera.
—Deja de llorar, mi corderito —dijo enfriándome la sien con la parte ancha del cuchillo.
Traté de soltarme, pero no había manera. La atadura estaba demasiado ajustada y no cedía. Con una mano me agarró por el pelo y con la otra me enterró el cuchillo hasta arrancarme un pedazo del cuero cabelludo. Otra vez no supe más.
No sé qué tiempo pasó, pero de ahí en adelante comencé a ver todo desde fuera de mí sin comprender nada. Me sentí flotar y vi cómo un cordón plateado me conectaba al cuerpo inerte. Frente a mí, estaba aquella materia bañada de la sangre que emanaban las heridas. Desde lo alto, veía a Ángel abofetearlo para sacarlo de la inconsciencia. El seseo aspirado volvía a escapársele exaltándolo más. De la misma manera que el cuerpo permanecía inerte, asimismo mis emociones se mantenían pasivas, neutras, suspendidas.
Ángel pasó la lengua por el cuerpo inmóvil y saboreó las heridas. Movía las caderas hacia el frente, hacia atrás y hacia ambos lados rozando el glande por el pecho ensangrentado. Asiendo el cuchillo con ambas manos, elevó los brazos a manera de sacrificio y los bajó con vigor. Al ritmo de la música, comenzó a danzar alrededor de lo que, hasta un momento, había sido mi armadura de carne y hueso, y clavó el cuchillo en la espalda gritando:
In the name of Mathew.
Luego en el hombro:
In the name of Mark.
En el costado:
In the name of Luke ¡Ah! ¡Ah! Sammy likes this, Ángel.
La cuarta puñalada me perforó el corazón.
In the name of John.
El cordón que me ataba a aquella masa corpórea partió y, en sincronía, me embriagué de una paz novedosa. Mi agresor se despegó del cadáver y le quitó la mordaza. A más sangre brotaba de mi pretérito caparazón, más fogoso se tornaba Ángel.
Al rato, soltó las ataduras y vi cómo el cuerpo se deslizaba por la silla hasta caer sobre el charco de sangre. Ángel abrazó el torso, lo besó con ternura y comenzó a llorar.
—Qué pena, mi corderito. Lamento haberte hecho esto, pero no tenía otra opción. Fuiste el más cariñoso de todos y el más que me ha gustado.
Se puso de pie y con el cuchillo, cortó al lado de siete cicatrices en el antebrazo derecho. Dio media vuelta y se dijo:
—Nada más me falta un corderito para que dejes de atormentarme, Sammy.
Wrong. You’re nextse respondió con voz grave.
—No, Sammy. Eran nueve corderitos para liberarme de los demonios sodomitas. Me falta uno nada más —suplicó acercando la punta del cuchillo a su pecho con la mano derecha.
Yeah, you. You die; you’re free, you freak.
Desde arriba, vi cómo la lucha se intensificó entre el brazo que acercaba el cuchillo al abdomen de Ángel y el que hacía todo lo posible por despegarlo.
—No, Sammy. He hecho todo cuanto Dios te dijo. Déjame buscarte el último. Te lo suplico, no. ¡Sammy…!
El brazo derecho dominaba el izquierdo.
If a man also lie with mankind, as he lieth with a woman, both of them have committed an abomination. Blood shall be upon you! —gritó al mismo tiempo que el cuchillo se incrustaba en el abdomen.
Ángel encorvó el cuerpo hacia el frente cuando el metal penetró la piel hasta la mitad. Abrió la boca y se desplomó enterrándoselo aún más. La sangre emanaba de su cuerpo y se apresuraba para fundirse con la mía, creando un aguazal escarlata que intentaba huir por el medio de la sala evadiendo la complicidad.  
You’re free, bitch. Burn in hell. Our Father, who art in heaven, hallowed be… —balbuceó la voz grave antes de que una apariencia opaca expeliera también del cuerpo tirado al lado del que fuera mío. La noté alterada, como si no supiera lo que acaba de acontecer ni dónde se encontraba. Momentos después la misma esencia perturbada se transformó en una nube negra y se desintegró en la nada. Entonces comprendí: ambos nos habíamos transformado en éter.
A medida que una fulgurante luz incolora me iluminaba desde lo alto y la barítona voz me llamaba por mi nombre, comencé a distanciarme de la escena siniestra. Afuera despuntaba el día. Del apartamento desertaba el arrullo de Cat Stevens: “Morning has broken, like the first morning. Blackbird has spoken, like the first bird. Praise for the singing, praise for the morning; praise for the springing fresh from the word…”
Abajo mis amigos regresaban felices. Todos miraron hacia el balcón, pero ninguno notó la heterogénea gota roja que intentaba caer sobre ellos. 

1 comentario:

  1. Wow! Mr. Tower, I admired your talent!! This short story is awesome, clear and warm like the blood that flows in my body. In both settings I could see myself there. The characterization was great.The dialogue flows naturally..., you are a genious!!

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