miércoles, 30 de noviembre de 2011

Martes dos de la tarde

Y parecerá mentira que hace tan sólo un instante

fuiste volcán encendido, fui tu mujer, fui tu amante.

Y una vez más serán las cinco.

Me dejarás en el parque.

Y una vez más, me dirás:

«El martes a las dos de la tarde».

 

Y te irás…

Y te irás.

Y una vez más te iras,

te irás…

Y te irás…

Y te irás…

Martes dos de la tarde, Lissette

 

 

Rosalía abrió todas las ventanas para que regresara la claridad a la casa. Quería airearla y disipar el vaho a humedad y el hedor a cigarrillo antes de la llegada de Frank. Se duchó, se maquilló, se recogió el pelo en un moño francés y se vistió con un caftán morado metálico que tanto le gustaba a él.

A mediodía, abrió la puerta de la sala de par en par. Martes dos de la tarde una vez más; estaré esperándote sonaba Lissette en el tocadiscos. Había terminado el ceremonial de cada martes: darle lustre a la casa, ducharse y engalanarse, tener listos los vasos de highball, el Johnnie Walker etiqueta negra, las cajetillas de cigarrillos y las sábanas límpidas. Sonrío y mordió el labio inferior al darse cuenta de que llevaban una década de martes de clandestinaje y de caricias furtivas. Me voy a divorciar, le dijo Frank al cabo de cuatro años de relación. Ella se negó. Llevaba dos divorcios y no le interesaba un tercero. No quería cargos de conciencia al lado de ella por Frank haber dejado dos hijos desatendidos. ¿Me crees que no?; estamos muy bien así; ¿por qué dañarlo?, le contestó Rosalía para liquidar el asunto.

Como todas las semanas, ya estaba sentada en la butaca que mira hacia la calle, debajo de la pintura donde se veía décadas más joven, con el pelo cobrizo que descansaba sobre la nuca al estilo de Marilyn Monroe. La imagen mostraba el terso perfil que miraba de reojo al espectador, con la cabeza inclinada hacia atrás y la boca entreabierta; los hombros desnudos cimentaban la pose provocativa y sensual perpetuada en la pintura. Se tomaba el segundo trago para tolerar la espera.

Conoció a Frank en el trabajo. No hubo química en un principio como la que había sentido con su amante anterior, el extranjero. Según ella, Frank tenía cara de sátiro porque siempre se escondía detrás de unas gafas oscuras. Luego se enteró que la razón de las gafas era que nadie notara los estragos de la borrachera de la noche anterior.

Por meses Frank insistió hasta que adulación y galantería logró que ella accediera a tomarse un trago con él en la barra cercana al trabajo, donde se reunían todos los empleados al finalizar el día de trabajo. La próxima invitación la extendió ella. Las subsiguientes fueron en la calla de Rosalía.

Se pasó la mano por el pelo y suspiró nerviosa. Esta tarde discutirían la celebración aniversario de la relación. Sonrío al darse cuenta del tiempo que habían pasado juntos saboreando las mieles de sus cuerpos. De encuentros prohibidos; de compenetración existencial y física.

Miró el reloj de pared que tenía en la sala y vio que ya eran las tres.

—Qué raro —musitó—, Frank no llega tan tarde.

Llegó hasta donde estaba el teléfono. Levantó el auricular y comprobó que tenía tono. Respiró aliviada y volvió a sentarse a esperar en la butaca.

El disco de Lissette terminó. Se levantó a escoger otros entre la variedad de discos que tenía en el tablillero de la sala. Primero, abrió la carátula del LP de Danny Rivera que contenía la canción Madrigal, el tema emblemático de ellos como pareja. Después seleccionó otros discos de Danny, de Lissette y el de Nino Bravo. Los acomodó para que tocasen uno detrás de otro. Se preparó otro highball. Al salir de la cocina, observó su reflejo en el espejo del comedor. Vio que tenía exceso de colorete y que el lápiz labial se había corrido. Se estudió y notó que estaba perdiendo la lozanía. Había manchas que tapaba con la base neutralizadora. Los ojos habían perdido el lustre juvenil y la chispa que siempre la había caracterizado. Por primera vez se vio vieja y ajada.

Se apresuró al baño. Tenía que retocarse el maquillaje antes de que él llegara, en especial las líneas de vida sobre los párpados y cubrir las bolsas debajo de los ojos. Agarró la cartera con el maquillaje —para hacerse la cara, como la embromaba Frank— y se retocó las pestañas. Volvió a delinear el párpado llevando el lápiz más allá de la comisura del ojo y dar la apariencia de que se viera más grande y acentuado. Se pasó más sombra y la difuminó hasta la ceja. Se aplicó polvo y atenuó el rubor de las mejillas. Delineó los labios con un lápiz labial fucsia y les aplicó brillo. Cortó un pedazo de papel sanitario, lo prensó con los labios, sacó el exceso de cera para no manchar la camisa de Frank. Se arregló el arco del sostén y levantó más el poco busto que tenía. Aprovechó y se echó unas gotas que eliminaran la irritación pupilar. Al fondo escuchaba a Lissette que volvía a cantar: Fuimos solo dos amantes nada más…

Volvió a la sala. Se sentó en la misma butaca a esperar y dejó que la mirada vagara.

—Las cuatro y no llega —suspiró ansiosa.

Danny ya no cantaba Para decir adiós. Era la voz de Nino Bravo que llenaba la casa: Al partir un beso y una flor, un te quiero una caricia y un adiós. Es ligero equipaje para tan largo viaje…

Poco a poco llegó el amargo recuerdo de que Frank no llegaría hoy ni mañana. No regresaría jamás. Hacía tres años que Frank había perecido en un accidente automovilístico. Lloró sin importarle que se le corriera el maquillaje y se acentuaran las arrugas. Abandonó el vaso con el whisky sobre la mesa de centro y corrió a encerrarse otra vez en el cuarto.

Entre sollozos, buscó el álbum de los recuerdos y arrancó la única foto en que estaban juntos.

—Te extraño tanto. No sabes la falta que me hace tu partida. Me has dejado la soledad y la culpa como compañeras. Me he quedado sin espíritu, sin nada.

En su imaginación, el estribillo de Amanece volvió a arrullarla: Yo sé de un lugar a través del mar donde el día brilla más cuando amanece. Nuestra nave irá rumbo hacia esa luz por el mar de tu confianza con viento de esperanza en el mañana. Y entonces reapareció la imagen etérea a consolarla y ayudarla a olvidar todo aquello una vez más.

—¡Frank!

 

 

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