Llevaba nueve meses cortejando a una mujer maravillosa. Siempre estaba con una sonriso en los labios y de buen humor. Era muy organizada y extremadamente cariñosa. Estaba convencido de que era la mujer con la que quería compartir el resto de mi vida. El único inconveniente era el hijo de siete años al que le permitía manifestarse sin control. Su postura era que necesario que el menor desarrollara su personalidad innata sin interferencia de miedos ni limitaciones que ella le pudiera inculcar.
La noche
que llegue temprano para proponerle matrimonio, el niño pareció presentir mis
intenciones y exacerbó todo su descontrol creativo e independencia
contradiciendo lo que la madre le dijera.
—Joselito,
estás muy alborotoso hoy y tenemos visita. ¿Por qué no te vas a tu cuarto un
rato y evalúas tu comportamiento? Luego compartimos tus conclusiones.
—No quiero.
Quiero estar aquí porque me da la gana.
—Joselito,
esas no son maneras de contestarle a mamá. Mamá se siente ofendida porque
interpreta grosera tu manera en que te diriges a ella. Eres un niño inteligente
y sabes lo que está bien o mal. Si sigues así, tendré que ponerte controles
para que te aquietes.
—Que no quiero.
Quiero estar aquí y que éste se vaya para que compartamos como siempre. Si no,
le diré a papito lo que haces con este.
—Cariño,
esas no son maneras de dirigirse a mamá ni a nadie. Debes pedirle perdón a mamá
y a Camilo.
—No quiero.
NO QUIERO.
—Mamá, te
pide que te disculpes con ella y con Camilo. Estás dejando que el id tome
control de ti.
Escuché aquel
sinsentido demasiado elevado para el menor por espacio de quince minutos.
Cuando ya no había esperanza de que el niño hiciera caso al pedido de su madre,
le dije a Myrta.
—¿Me dejas
intentarlo a mí?
—No creo
que logres mucho, pero inténtalo. Cuando se pone intransigente, hay que dejarlo
hasta que le pase esa fase de niño retador. Pero una cosa, va a ser un gran
líder.
—No se
pierde nada si lo intento, ¿verdad?
—Claro que
no.
El niño estaba
sentado en el piso con las piernas cruzadas, pendiente a lo que hablábamos. Me
levanté y le dije:
—Joselito,
¿quieres que te diga un secreto?
—Sí, sí;
dime —dijo exaltado como si hubiese tocado un cable electrificado.
—Pues ven
conmigo un momentito.
El niño se
levantó. Caminamos hacia el comedor y allí le dije al oído lo que le tenía que
decir. Joselito enderezó el cuerpo, se puso serio y asintió varias veces. Acto
seguido fue adonde su madre le dijo:
—Mami, te
pido disculpas por haberme portado mal. Ahora me voy al cuarto a meditar y
conocer cómo puedo enmendar mi conducta y ser un buen niño.
—Joselito,
mamá, acepta las disculpas y permite que te vayas al cuarto.
El niño
besó a la mamá y se fue al cuarto. Cuando nos quedamos a solas, note que a
Myrta la atormentaba la curiosidad. Cuando no pudo más me invitó a sentarme al
lado de ella:
—Ven acá.
¿Cuál fue el secreto que le dijiste a Joselito?
—Nada del
otro mundo. Le dije que yo conocía a los tres reyes magos; que, si seguía
actuando como un niño malcriado y desobediente, le escribiría una carta a cada
rey informándole de su conducta y para que no le trajeran regalos en Navidad.
—Qué
maravilloso e ingenioso. ¿Y con eso ya?
—Bueno,
casi. Para asegurarme de que se portara bien de ahora en adelante, añadí que si
seguía jodiendo le iba a explotar una bolita y lo dejaría chiclano.
Marcial Torres Soto 2011 © Todos los
derechos reservados
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