domingo, 4 de diciembre de 2011

Psicología infantil

Llevaba nueve meses cortejando a una mujer maravillosa. Siempre estaba con una sonriso en los labios y de buen humor. Era muy organizada y extremadamente cariñosa. Estaba convencido de que era la mujer con la que quería compartir el resto de mi vida. El único inconveniente era el hijo de siete años al que le permitía manifestarse sin control. Su postura era que necesario que el menor desarrollara su personalidad innata sin interferencia de miedos ni limitaciones que ella le pudiera inculcar. 

La noche que llegue temprano para proponerle matrimonio, el niño pareció presentir mis intenciones y exacerbó todo su descontrol creativo e independencia contradiciendo lo que la madre le dijera.

—Joselito, estás muy alborotoso hoy y tenemos visita. ¿Por qué no te vas a tu cuarto un rato y evalúas tu comportamiento? Luego compartimos tus conclusiones.

—No quiero. Quiero estar aquí porque me da la gana.

—Joselito, esas no son maneras de contestarle a mamá. Mamá se siente ofendida porque interpreta grosera tu manera en que te diriges a ella. Eres un niño inteligente y sabes lo que está bien o mal. Si sigues así, tendré que ponerte controles para que te aquietes.

—Que no quiero. Quiero estar aquí y que éste se vaya para que compartamos como siempre. Si no, le diré a papito lo que haces con este.

—Cariño, esas no son maneras de dirigirse a mamá ni a nadie. Debes pedirle perdón a mamá y a Camilo.

—No quiero. NO QUIERO.

—Mamá, te pide que te disculpes con ella y con Camilo. Estás dejando que el id tome control de ti.

Escuché aquel sinsentido demasiado elevado para el menor por espacio de quince minutos. Cuando ya no había esperanza de que el niño hiciera caso al pedido de su madre, le dije a Myrta.

—¿Me dejas intentarlo a mí?

—No creo que logres mucho, pero inténtalo. Cuando se pone intransigente, hay que dejarlo hasta que le pase esa fase de niño retador. Pero una cosa, va a ser un gran líder.

—No se pierde nada si lo intento, ¿verdad?

—Claro que no.

El niño estaba sentado en el piso con las piernas cruzadas, pendiente a lo que hablábamos. Me levanté y le dije:

—Joselito, ¿quieres que te diga un secreto?

—Sí, sí; dime —dijo exaltado como si hubiese tocado un cable electrificado.

—Pues ven conmigo un momentito.

El niño se levantó. Caminamos hacia el comedor y allí le dije al oído lo que le tenía que decir. Joselito enderezó el cuerpo, se puso serio y asintió varias veces. Acto seguido fue adonde su madre le dijo:

—Mami, te pido disculpas por haberme portado mal. Ahora me voy al cuarto a meditar y conocer cómo puedo enmendar mi conducta y ser un buen niño.

—Joselito, mamá, acepta las disculpas y permite que te vayas al cuarto.

El niño besó a la mamá y se fue al cuarto. Cuando nos quedamos a solas, note que a Myrta la atormentaba la curiosidad. Cuando no pudo más me invitó a sentarme al lado de ella:

—Ven acá. ¿Cuál fue el secreto que le dijiste a Joselito?

—Nada del otro mundo. Le dije que yo conocía a los tres reyes magos; que, si seguía actuando como un niño malcriado y desobediente, le escribiría una carta a cada rey informándole de su conducta y para que no le trajeran regalos en Navidad.

—Qué maravilloso e ingenioso. ¿Y con eso ya?

—Bueno, casi. Para asegurarme de que se portara bien de ahora en adelante, añadí que si seguía jodiendo le iba a explotar una bolita y lo dejaría chiclano.

 

 

Marcial Torres Soto 2011 © Todos los derechos reservados


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