He creado este blog para liberar toda la toxina que a veces llevo en mi mente. Esta es la válvula de escape para mantener la cordura.
martes, 27 de diciembre de 2011
lunes, 26 de diciembre de 2011
Pensión alimentaria
domingo, 25 de diciembre de 2011
La incontenible
miércoles, 14 de diciembre de 2011
ACOSO
domingo, 4 de diciembre de 2011
Psicología infantil
Llevaba nueve meses cortejando a una mujer maravillosa. Siempre estaba con una sonriso en los labios y de buen humor. Era muy organizada y extremadamente cariñosa. Estaba convencido de que era la mujer con la que quería compartir el resto de mi vida. El único inconveniente era el hijo de siete años al que le permitía manifestarse sin control. Su postura era que necesario que el menor desarrollara su personalidad innata sin interferencia de miedos ni limitaciones que ella le pudiera inculcar.
La noche
que llegue temprano para proponerle matrimonio, el niño pareció presentir mis
intenciones y exacerbó todo su descontrol creativo e independencia
contradiciendo lo que la madre le dijera.
—Joselito,
estás muy alborotoso hoy y tenemos visita. ¿Por qué no te vas a tu cuarto un
rato y evalúas tu comportamiento? Luego compartimos tus conclusiones.
—No quiero.
Quiero estar aquí porque me da la gana.
—Joselito,
esas no son maneras de contestarle a mamá. Mamá se siente ofendida porque
interpreta grosera tu manera en que te diriges a ella. Eres un niño inteligente
y sabes lo que está bien o mal. Si sigues así, tendré que ponerte controles
para que te aquietes.
—Que no quiero.
Quiero estar aquí y que éste se vaya para que compartamos como siempre. Si no,
le diré a papito lo que haces con este.
—Cariño,
esas no son maneras de dirigirse a mamá ni a nadie. Debes pedirle perdón a mamá
y a Camilo.
—No quiero.
NO QUIERO.
—Mamá, te
pide que te disculpes con ella y con Camilo. Estás dejando que el id tome
control de ti.
Escuché aquel
sinsentido demasiado elevado para el menor por espacio de quince minutos.
Cuando ya no había esperanza de que el niño hiciera caso al pedido de su madre,
le dije a Myrta.
—¿Me dejas
intentarlo a mí?
—No creo
que logres mucho, pero inténtalo. Cuando se pone intransigente, hay que dejarlo
hasta que le pase esa fase de niño retador. Pero una cosa, va a ser un gran
líder.
—No se
pierde nada si lo intento, ¿verdad?
—Claro que
no.
El niño estaba
sentado en el piso con las piernas cruzadas, pendiente a lo que hablábamos. Me
levanté y le dije:
—Joselito,
¿quieres que te diga un secreto?
—Sí, sí;
dime —dijo exaltado como si hubiese tocado un cable electrificado.
—Pues ven
conmigo un momentito.
El niño se
levantó. Caminamos hacia el comedor y allí le dije al oído lo que le tenía que
decir. Joselito enderezó el cuerpo, se puso serio y asintió varias veces. Acto
seguido fue adonde su madre le dijo:
—Mami, te
pido disculpas por haberme portado mal. Ahora me voy al cuarto a meditar y
conocer cómo puedo enmendar mi conducta y ser un buen niño.
—Joselito,
mamá, acepta las disculpas y permite que te vayas al cuarto.
El niño
besó a la mamá y se fue al cuarto. Cuando nos quedamos a solas, note que a
Myrta la atormentaba la curiosidad. Cuando no pudo más me invitó a sentarme al
lado de ella:
—Ven acá.
¿Cuál fue el secreto que le dijiste a Joselito?
—Nada del
otro mundo. Le dije que yo conocía a los tres reyes magos; que, si seguía
actuando como un niño malcriado y desobediente, le escribiría una carta a cada
rey informándole de su conducta y para que no le trajeran regalos en Navidad.
—Qué
maravilloso e ingenioso. ¿Y con eso ya?
—Bueno,
casi. Para asegurarme de que se portara bien de ahora en adelante, añadí que si
seguía jodiendo le iba a explotar una bolita y lo dejaría chiclano.
Marcial Torres Soto 2011 © Todos los
derechos reservados
Asalto navideño
viernes, 2 de diciembre de 2011
EL ÁNGEL DE LOS SOLTEROS
A medida que una fulgurante luz incolora me iluminaba desde lo alto y la barítona voz me llamaba por mi nombre, comencé a distanciarme de la escena siniestra. Afuera despuntaba el día. Del apartamento desertaba el arrullo de Cat Stevens: “Morning has broken, like the first morning. Blackbird has spoken, like the first bird. Praise for the singing, praise for the morning; praise for the springing fresh from the word…”
miércoles, 30 de noviembre de 2011
Martes dos de la tarde
Y parecerá mentira que
hace tan sólo un instante
fuiste volcán
encendido, fui tu mujer, fui tu amante.
Y una vez más serán
las cinco.
Me dejarás en el
parque.
Y una vez más, me
dirás:
«El martes a las dos
de la tarde».
Y te irás…
Y te irás.
Y una vez más te iras,
te irás…
Y te irás…
Y te irás…
Martes dos de la tarde, Lissette
Rosalía abrió todas las ventanas para que regresara la claridad a la
casa. Quería airearla y disipar el vaho a humedad y el hedor a cigarrillo antes
de la llegada de Frank. Se duchó, se maquilló, se
recogió el pelo en un moño francés y se vistió con un caftán morado metálico
que tanto le gustaba a él.
A mediodía, abrió la puerta de la sala de par en par. Martes dos de
la tarde una vez más; estaré esperándote sonaba Lissette en el tocadiscos.
Había terminado el ceremonial de cada martes: darle lustre a la casa, ducharse
y engalanarse, tener listos los vasos de highball, el Johnnie Walker
etiqueta negra, las cajetillas de cigarrillos y las sábanas límpidas. Sonrío y
mordió el labio inferior al darse cuenta de que llevaban una década de martes
de clandestinaje y de caricias furtivas. Me voy a divorciar, le dijo Frank al
cabo de cuatro años de relación. Ella se negó. Llevaba dos divorcios y no le
interesaba un tercero. No quería cargos de conciencia al lado de ella por Frank
haber dejado dos hijos desatendidos. ¿Me crees que no?; estamos muy bien así; ¿por
qué dañarlo?, le contestó Rosalía para liquidar el asunto.
Como todas las semanas, ya estaba sentada en la butaca
que mira hacia la calle, debajo de la pintura donde se veía décadas más joven,
con el pelo cobrizo que descansaba sobre la nuca al
estilo de Marilyn Monroe. La imagen mostraba el terso perfil que miraba de
reojo al espectador, con la cabeza inclinada hacia atrás y la boca
entreabierta; los hombros desnudos cimentaban la pose provocativa y sensual
perpetuada en la pintura. Se tomaba el segundo trago para
tolerar la espera.
Conoció a Frank en el trabajo. No hubo química en un
principio como la que había sentido con su amante anterior, el extranjero.
Según ella, Frank tenía cara de sátiro porque siempre se escondía detrás de
unas gafas oscuras. Luego se enteró que la razón de las gafas era que nadie notara
los estragos de la borrachera de la noche anterior.
Por meses Frank insistió hasta que adulación y
galantería logró que ella accediera a tomarse un trago con él en la barra cercana
al trabajo, donde se reunían todos los empleados al finalizar el día de trabajo.
La próxima invitación la extendió ella. Las subsiguientes fueron en la calla de
Rosalía.
Se pasó la mano por el pelo y suspiró nerviosa. Esta
tarde discutirían la celebración aniversario de la relación. Sonrío al darse
cuenta del tiempo que habían pasado juntos saboreando las mieles de sus cuerpos.
De encuentros prohibidos; de compenetración existencial y física.
Miró el reloj de pared que tenía en la sala y vio que
ya eran las tres.
—Qué raro —musitó—, Frank no llega tan tarde.
Llegó hasta donde estaba el teléfono. Levantó el
auricular y comprobó que tenía tono. Respiró aliviada y volvió a sentarse a
esperar en la butaca.
El disco de Lissette terminó. Se levantó a escoger
otros entre la variedad de discos que tenía en el tablillero de la sala.
Primero, abrió la carátula del LP de Danny Rivera que contenía la canción Madrigal, el tema emblemático de ellos
como pareja. Después seleccionó otros discos de Danny, de Lissette y el de Nino
Bravo. Los acomodó para que tocasen uno detrás de otro. Se preparó otro highball. Al salir de la cocina, observó su reflejo en el espejo del
comedor. Vio que tenía exceso de colorete y que el lápiz labial se había
corrido. Se estudió y notó que estaba perdiendo la lozanía. Había manchas que
tapaba con la base neutralizadora. Los ojos habían perdido el lustre juvenil y
la chispa que siempre la había caracterizado. Por primera vez se vio vieja y
ajada.
Se apresuró al baño. Tenía que retocarse el maquillaje
antes de que él llegara, en especial las líneas de vida sobre los párpados y
cubrir las bolsas debajo de los ojos. Agarró la cartera con el maquillaje —para
hacerse la cara, como la embromaba Frank— y se retocó las pestañas. Volvió a
delinear el párpado llevando el lápiz más allá de la comisura del ojo y dar la
apariencia de que se viera más grande y acentuado. Se pasó más sombra y la
difuminó hasta la ceja. Se aplicó polvo y atenuó el rubor de las mejillas.
Delineó los labios con un lápiz labial fucsia y les aplicó brillo. Cortó un
pedazo de papel sanitario, lo prensó con los labios, sacó el exceso de cera para
no manchar la camisa de Frank. Se arregló el arco del sostén y levantó más el
poco busto que tenía. Aprovechó y se echó unas gotas que eliminaran la
irritación pupilar. Al fondo escuchaba a Lissette que volvía a cantar: Fuimos solo dos amantes nada más…
Volvió a la sala. Se sentó en la misma butaca a
esperar y dejó que la mirada vagara.
—Las cuatro y no llega —suspiró ansiosa.
Danny ya no cantaba Para decir adiós. Era la voz de Nino Bravo que llenaba la casa: Al partir un beso y una flor, un te quiero
una caricia y un adiós. Es ligero equipaje para tan largo viaje…
Poco a poco llegó el amargo recuerdo de que Frank no
llegaría hoy ni mañana. No regresaría jamás. Hacía tres años que Frank había
perecido en un accidente automovilístico. Lloró sin importarle que se le corriera
el maquillaje y se acentuaran las arrugas. Abandonó el vaso con el whisky sobre la mesa de centro y corrió
a encerrarse otra vez en el cuarto.
Entre sollozos, buscó el álbum de los recuerdos y
arrancó la única foto en que estaban juntos.
—Te extraño tanto. No sabes la falta que me hace tu
partida. Me has dejado la soledad y la culpa como compañeras. Me he quedado sin
espíritu, sin nada.
En su imaginación, el estribillo de Amanece volvió a arrullarla:
Yo sé de un lugar a través del mar donde el día brilla más cuando amanece.
Nuestra nave irá rumbo hacia esa luz por el mar de tu confianza con viento de
esperanza en el mañana. Y entonces reapareció la imagen etérea a consolarla
y ayudarla a olvidar todo aquello una vez más.
—¡Frank!