Ebrio de
pasión, el príncipe corrió tras niña hermosa, pero solo encontró la zapatilla
izquierda. Al día siguiente, se pregonó que la que calzara tal zapatito sería la
esposa del príncipe. El joven y su séquito visitaron todas las casas en el
poblado sin éxito alguno. Solo faltaba por visitar la vivienda de la mujer
abandonada y sus hijas. Tan pronto tocaron a la puerta, el hada madrina, desde
el bosque, batió su varita mágica y grito: “Será ojo por ojo”. Una densa
neblina escapó de entre los árboles y arropó la vivienda durante el tiempo que
duró la ceremonia. Las primeras en probarse los zapatos fueron las hijas de la
mujer. A ninguna le cupo el pie en forma de pezuña. Llegó el turno de la
cenicienta, pero los juanetes impidieron que la delicada pieza entrara en el amorfo
pie. Fue entonces que el príncipe, sorprendido, se acercó a la madrastra y, con
desgano, probó la delicada pieza de vestir en el pie de la señora. La zapatilla
quedó como guante hecho a la medida. La mujer plebeya se maravilló. El príncipe,
disimulando el asco que le provocaba aquella vieja, manifestó que cumpliría con
su promesa de casamiento. Hasta el fin de sus días, la madrastra sufrió en
silencio un maltrato mayor al de la cenicienta.
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