miércoles, 25 de noviembre de 2020

Lazos circulares

 

Ella me enseñó lo que yo le acuerdo hoy. Si quiere aprender a hacer arroz, yo lo dejo. Que aprenda para que el día que yo no esté, sepa valerse solo. Para que ella no se anquilose, la dejo hacer tareas sencillas: darle una galleta a la perra, cerrar la puerta del balcón, aunque me cierre las puertas con los pasadores inferiores y tenga que doblarme al abrirla nuevamente. Que lleve el plato al fregadero, aunque no lo friegue. Pero yo lo puedo fregar. Yo sé fregar. Lo he hecho toda la vida. No digo nada porque se molesta si le digo que lo que hace es enjuagar los trastes. Mira, así se enhebra la aguja. Para que el botón no se caiga, tienes que anudar la puntada cada vez que la pasas por donde está el botón. Se me rompía la camisa, pero el botón no se salía de sitio. Me enseñó a hacer ruedos de la misma manera que hizo con los botones, anudando cada puntada para que no se soltara jamás. En el clóset tengo varios pantalones de ella para arreglarle el ruedo, para que no lo pise, para que no se caiga.

Con el tiempo y lo he dicho ya, es como convivir con dos personas. Una de ella es posesiva intransigente, la usurpadora la llamo yo. Esa es mi sombrilla. Sí, es mi sombrilla. Estaba en mi carro. Dámela. Que no es la tuya. Hay dos sombrillas y una es mía. Si quieres te la doy. No tienes que darme nada porque es mía. El sobre dice mi nombre. Esa soy yo. Dame. Quiero ver qué es. La otra es la que es más llevadera, la que no pelea, no argumenta. Solo se encoge de hombros y no toma decisiones. La que imita como imitaba yo de niño. A veces, creo que hasta hay tres. Por momentos sale la que me crio. Junior, mira, ven a ver esto. Mira, mira. Voy, voy. Pero ven ahora para que veas. Y yo, sin ver, le dijo que sí que veo lo que ella quiere que vea. La dejo que tome decisiones, pero la velo de cerca como me enseñó ella. ¿Qué haces con el mapo? ¿Se mojó? Si. ¿Qué tal si le echamos un poco de detergente y así mapeamos y perfumamos el cuarto a la misma vez? No dice nada.

Ella baja a verme cuando lavo ropa, pero esa música no me gusta. Te la cambio. Ella canta. Canta según se sienta a escuchar la melodía que le gusta. Canta hasta que se cansa o se le olvida quien soy. Me voy. A veces, se levanta sin decir nada y la veo camino a subir las escaleras. Velo sus pasos sin decir nada. Hay ocasiones que subo detrás de ella con las manos casi pegadas a su espalda atento a que no vaya a dar un traspié y se vaya a caer como hizo ella conmigo cuando aprendí a caminar. No lo agarres decía mi papá. Se puede caer. Déjalo que aprenda. Se puede dar un golpe. Si se cae que se levante. Que aprenda a ser macho.

En casa, en mi casa de San Juan, tengo un tocadiscos digital preparado con el cable que conecto al celular tan pronto entramos por la puerta para que pueda seguir escuchando la canción que cantaba en el carro. Tan pronto abro la puerta conecto todo y salgo a ayudarla a bajar de la guagua. Siéntate. Déjame escuchar la canción. Preciosa llaman… que cantan… tu historia… No importa el tirano… maldad… Antier la vi parada frente al equipo de música y trasteaba todos los botones. Me pareció ver a la Miss Rheingold en La verdadera historia de Pedro Navaja. Solo le faltó el estribillo: Mira, dame un vellón para la vellonera. Oye, ¿qué haces? Nada. Estabas buscando subir el volumen, ¿verdad? Se ríe. Le subo el volumen mientras ella se ríe de su travesura como me reía yo cuando me sorprendía ella en alguna de las fechorías infantiles mías.

Ha terminado de desayunar y se levanta. No ha hecho la cama, pero no digo nada porque sé que ella se dará cuenta y vestirá la cama, como hace ella, como hacía ella, como me enseñó ella, como hago yo todos los días.

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