Igual que una persona que padece de fibromialgia
alega enérgicamente que nadie que no padezca la enfermedad podrá comprender por
lo que pasa, asimismo ocurre con quien tiene que lidiar día a día con la
demencia.
La demencia es errática. No hay un patrón de
conducta. Tampoco hay un manual de procedimiento. Cada caso es diferente porque
hay vivencias pasadas particulares. Y todo ese pasado surge explosivamente en
episodios de enajenación continuamente.
En mi caso, tal vez pueda decir que he
tenido suerte, pero siempre hay alguien que me dice: hasta ahora. Se va a poner
peor. Y yo contesto: espero que no.
Estoy convencido de que la demencia de mi
madre viene como consecuencia de la anestesia que recibió durante una
colectomía. Ella entró con su mente mucho más clara que la mía, y salió muy
diferente la noche del domingo cuando el médico a que estaba de guardia la dio
de alta a las 8:00 pm. (El médico que la operó apenas la vio luego de la
operación). Las enfermeras me dijeron que era muy posible que se hubiese desorientado
por estar en el hospital, pero que pasaría al regresar a su cotidianidad. Pero
no fue así. Su condición degeneró. La gente se dio cuenta. Me llamaron para
decirme que se estaban aprovechando de ella en la venta de billetes. Sin embargo, ella siguió los consejos que le
dieron y dejó la agencia de billetes. Alegó y alega que ya la cosa en la calle
se estaba poniendo difícil (cosa que es verdad) y temía que le dieran un tumbe,
la golpearan y le llevaran los billetes. También de la noche a la mañana me
dijo que ya no estaba apta para guiar. (Eso no lo reconoce ahora). A veces, le
dice a la gente: este es mi carro, pero yo no lo guío ya. Es mi hijo el que me
lo guía. Otras veces, cuando se levanta del otro lado de cama: me pelea de que
ESE es su carro.
Ella siempre ha sido muy independiente y mi
papá siempre sostuvo que ella: fue la única mujer que lo sentó en el baúl.
Porque ella manda y va. Pero según
pasaron los días, comenzaron a suceder ciertos accidentes y caídas que hizo que
desmontar mi oficina en casa para hacerla un dormitorio y llevármela para casa. El día que la saqué de la casa lloró como
hace tiempo que no la veía llorar.
Supongo que pensó que internaría en algún lugar de envejecientes.
Lo consideré. Visité varios hogares. El
primero tenía cuartos comunales para sus viejos y había, para mí, poca
privacidad entre los viejos y las viejas. También sentí un tufito a orín que no
me gustó. Siempre tuve en mente que ella
tuviese un espacio privado para ella, pero lo que encontré no me
satisfizo. En el último me informaron
que, si ella no estaba de acuerdo, no la aceptarían. Ahí desistí porque yo no
la iba a forzar a nada.
Desde principio de año, estamos juntos,
pero desde marzo, como consecuencia de la pandemia, estamos viviendo en
Morovis.
Al principio, ella evitó a toda costa que
le sacara la ropa del clóset. Luchó, me
agredió, me insultó. Y luego se reía por la ridiculez de lo que estaba
pasando. Me cago en tu madre, me decía.
Y yo: pues te cagas en ti porque tú eres mi madre. Era raro escucharla maldecir y decir palabras
soeces. Obviamente, me impuse yo. Eso sí, no le miento.
Poco a poco, establecimos una rutina. Ella es la primera que se desayuna en la
casa. Se toma las pastillas y se va a
ver televisión. Tan pronto le digo que se vaya a bañar, se va convencida que
viene la calle. Luego de regreso,
algunas veces se desorienta. Me discute que dejó las cosas en la otra casa
donde se quedó. La llevo al cuarto y le
muestro la ropa en el clóset. Ay, virgen.
No le doy importancia a sus despistes, pero
sí estoy muy alerta y pendiente a todo. Descanso
cuando veo que va a su cuarto y cierra la puerta para acostarse a dormir. Si me saca de tiempo, sé que en varios
minutos volveremos a la rutina como si nada hubiese pasado.
Hoy la dejé sola en lo que lavaba la ropa.
Ella llegó a donde estaba vestida y lista para la calle. Hubo discusión, Hubo
maldición. Me subió el tono y le contesté enérgico. Luego la dejé que hiciera
lo que quisiera, pero el candado estaba pasado en el portón.
Ella abrió la guagua para montarse. Otro
altercado más. Me di cuenta de que, tal
vez, estoy en el comienzo de todo esto.
Me sentí culpable por haberla dejado y no haberla mandado a bañar antes
de bajar. En un momento me sentí
impotente. ¿A quién llamo para que le den un sedante? Y si no la puedo
controlar más. Por un momento le temí a su mirada.
Me retiré emocionalmente de todo. Me alejé
físicamente. La observé a distancia
peleando con el candado. Recordé que es
una niña vieja o menor una vieja niña. Y como una niña volví a tratarla. La
dejé que manifestara su coraje y sus rabietas. Estaba en su derecho. Cuando se
cansó, entró. Escondió la cartera otra vez en el clóset y se sentó a ver
televisión. Estoy seguro de que ya se le había olvidado todo. Era volver a empezar. Me levanté. Fui a la nevera y le busqué su
juguito como si nada hubiera pasado. Busqué una película que le había grabado y
se la puse. Al poco rato, ya todo estaba
normal. Y así ha seguido.
Sé que mañana será otro día y otro reto. Pero
hay que vivirlo día a día, sin complicar nada ni que se lo compliquen a uno.
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