martes, 27 de octubre de 2020

Convivencia con la demencia

 

Igual que una persona que padece de fibromialgia alega enérgicamente que nadie que no padezca la enfermedad podrá comprender por lo que pasa, asimismo ocurre con quien tiene que lidiar día a día con la demencia.

La demencia es errática. No hay un patrón de conducta. Tampoco hay un manual de procedimiento. Cada caso es diferente porque hay vivencias pasadas particulares. Y todo ese pasado surge explosivamente en episodios de enajenación continuamente. 

En mi caso, tal vez pueda decir que he tenido suerte, pero siempre hay alguien que me dice: hasta ahora. Se va a poner peor.  Y yo contesto: espero que no. 

Estoy convencido de que la demencia de mi madre viene como consecuencia de la anestesia que recibió durante una colectomía. Ella entró con su mente mucho más clara que la mía, y salió muy diferente la noche del domingo cuando el médico a que estaba de guardia la dio de alta a las 8:00 pm. (El médico que la operó apenas la vio luego de la operación). Las enfermeras me dijeron que era muy posible que se hubiese desorientado por estar en el hospital, pero que pasaría al regresar a su cotidianidad. Pero no fue así. Su condición degeneró. La gente se dio cuenta. Me llamaron para decirme que se estaban aprovechando de ella en la venta de billetes.  Sin embargo, ella siguió los consejos que le dieron y dejó la agencia de billetes. Alegó y alega que ya la cosa en la calle se estaba poniendo difícil (cosa que es verdad) y temía que le dieran un tumbe, la golpearan y le llevaran los billetes. También de la noche a la mañana me dijo que ya no estaba apta para guiar. (Eso no lo reconoce ahora). A veces, le dice a la gente: este es mi carro, pero yo no lo guío ya. Es mi hijo el que me lo guía. Otras veces, cuando se levanta del otro lado de cama: me pelea de que ESE es su carro.

Ella siempre ha sido muy independiente y mi papá siempre sostuvo que ella: fue la única mujer que lo sentó en el baúl. Porque ella manda y va.  Pero según pasaron los días, comenzaron a suceder ciertos accidentes y caídas que hizo que desmontar mi oficina en casa para hacerla un dormitorio y llevármela para casa.  El día que la saqué de la casa lloró como hace tiempo que no la veía llorar.  Supongo que pensó que internaría en algún lugar de envejecientes.

Lo consideré. Visité varios hogares. El primero tenía cuartos comunales para sus viejos y había, para mí, poca privacidad entre los viejos y las viejas. También sentí un tufito a orín que no me gustó.  Siempre tuve en mente que ella tuviese un espacio privado para ella, pero lo que encontré no me satisfizo.  En el último me informaron que, si ella no estaba de acuerdo, no la aceptarían. Ahí desistí porque yo no la iba a forzar a nada.

Desde principio de año, estamos juntos, pero desde marzo, como consecuencia de la pandemia, estamos viviendo en Morovis.

Al principio, ella evitó a toda costa que le sacara la ropa del clóset.  Luchó, me agredió, me insultó. Y luego se reía por la ridiculez de lo que estaba pasando.  Me cago en tu madre, me decía. Y yo: pues te cagas en ti porque tú eres mi madre.  Era raro escucharla maldecir y decir palabras soeces. Obviamente, me impuse yo. Eso sí, no le miento.

Poco a poco, establecimos una rutina.  Ella es la primera que se desayuna en la casa.  Se toma las pastillas y se va a ver televisión. Tan pronto le digo que se vaya a bañar, se va convencida que viene la calle.  Luego de regreso, algunas veces se desorienta. Me discute que dejó las cosas en la otra casa donde se quedó.  La llevo al cuarto y le muestro la ropa en el clóset. Ay, virgen. 

No le doy importancia a sus despistes, pero sí estoy muy alerta y pendiente a todo.  Descanso cuando veo que va a su cuarto y cierra la puerta para acostarse a dormir.  Si me saca de tiempo, sé que en varios minutos volveremos a la rutina como si nada hubiese pasado.

Hoy la dejé sola en lo que lavaba la ropa. Ella llegó a donde estaba vestida y lista para la calle. Hubo discusión, Hubo maldición. Me subió el tono y le contesté enérgico. Luego la dejé que hiciera lo que quisiera, pero el candado estaba pasado en el portón. 

Ella abrió la guagua para montarse. Otro altercado más.  Me di cuenta de que, tal vez, estoy en el comienzo de todo esto.  Me sentí culpable por haberla dejado y no haberla mandado a bañar antes de bajar.  En un momento me sentí impotente. ¿A quién llamo para que le den un sedante? Y si no la puedo controlar más. Por un momento le temí a su mirada.

Me retiré emocionalmente de todo. Me alejé físicamente.  La observé a distancia peleando con el candado.  Recordé que es una niña vieja o menor una vieja niña. Y como una niña volví a tratarla. La dejé que manifestara su coraje y sus rabietas. Estaba en su derecho. Cuando se cansó, entró. Escondió la cartera otra vez en el clóset y se sentó a ver televisión. Estoy seguro de que ya se le había olvidado todo.  Era volver a empezar.  Me levanté. Fui a la nevera y le busqué su juguito como si nada hubiera pasado. Busqué una película que le había grabado y se la puse.  Al poco rato, ya todo estaba normal. Y así ha seguido. 

Sé que mañana será otro día y otro reto. Pero hay que vivirlo día a día, sin complicar nada ni que se lo compliquen a uno.

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