Ayer estuvimos todo el día en la calle.
Tenía que hacerme un sonograma y el Jimmy tenía otras pruebas
radiológicas. Luego del desayuno y los
duchazos, salimos alrededor de las 9:30 de Morovis porque el viaje toma
alrededor de cuarenticinco minutos, si no hay tapón.
El plan había sido sacar las citas para
ambos y, mientras uno suba a la oficina, el otro se queda en la guagua con la
doña. Yo dejo mi celular para que ella escuche música. Y ya, ustedes saben, no ”problemo”.
Luego de que termináramos con las radiografías, buscamos donde almorzar, porque
hay que comer.
Lo próximo en agenda era la cita al salón
de uñas para que la doña le arreglaran las uñas de las manos y de los pies.
Llegamos justo a la hora pautada. Antes de bajarnos de la guagua, ella se
alegró de que le arreglarían las uñas de las manos.
Las de los pies, no. Mira, están bien.
Mami, pero yo voy a pagarte el arreglo.
Ah, pues que me las hagan también.
Al entrar, a mi madre se la llevaron para
un puesto al fondo del salón y le preguntaron de qué tono del esmalte de uñas quería
ella. Me miraron y le dije: No, eso es asunto de ella El color que ella quiera. Pues eligió un tono rojo hemorrágico. Para
mí, un poco más recatado que el tono rojo escandaloso de la vez anterior.
Me senté a la entrada en la esquina del
local y me entretuve con mi Kindle en lo que a ella le trabajaban las manos.
Esta vez, para evitar que se descascararan tan pronto saliéramos del local, las
muchachas utilizaron una técnica en que le aplicaban algún tipo de acrílico a
los toconcitos que le dejaron por uñas. Pero estaban parejas. Ella muy coqueta
repetía su letanía.
Ese es mi hijo, el único que tengo. El se
porta bien conmigo.
Por alguna extraña razón salió a relucir la
canción de El cantante. . Allá ella cantó parte del estribillo según su
capacidad auditiva le permite. La canción dice:
Hoy
te dedico
Mis mejores pregones.
Ella entiende: Hoy te lo digo, si me jodes
te jodes.
El establecimiento se estremecía de la risa
de todas las empleadas y algunas clientas. La doña estaba feliz. No paraba de
hablar y de repetir cada vez que se le presentaba la oportunidad:
Ese es mi hijo, el único que tengo. Él se
porta bien conmigo.
Pasada una hora en el local, terminaron la
obra estética en la doñita. Pagamos y le digo a ella en broma:
Y por supuesto, ahora te tengo que llevar
la cartera para que no se te dañen las uñas.
Y las empleadas gritaron a coro: no, el
esmalte está seco ya. No se le va a dañar.
Me callé. Le entregué la cartera y salimos
del lugar. Me enseñó las uñas, cada rato que se acordó que le habían hecho un
gran trabajo. Para mí, el costo es excesivo y un acto superfluo. Pero ella
trabajó para ahorrar su dinero. Lo almacenó para dejármelo en herencia en
contra de mi voluntad. Mientras le repetí por años que se lo gastara en ella,
más dinero almacenó para mí. Pues, bien, ella no decide ahora. Yo decido que el
dinero ahorrado se lo disfrute en vida. Que coma lo que no ha comido, que vea
lo que no ha visto y que viva lo que le falta por vivir. Por eso salimos a comer
fuera, visitamos diferentes pueblos por
la isla. Por eso la vienen a recortar a la casa. Y por ello, la manicura de la
doña. Ella se lo ha ganado. Ella se lo merece. Y como diría mi papá: punto y se
acabó.
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