viernes, 20 de julio de 2018

En busca de lo que no se me ha perdido



¿Cuántos hemos escuchado, en algún momento de nuestra infancia y hasta en la adolescencia, la famosa y vaticinante frase: estás buscando lo que no se te ha perdido? En mi caso fue muy famosa porque me la repitieron hasta la náusea. La catalogo “vaticinante” porque, cada vez que me sentenciaban con ella, sabía lo que venía después. Pues esta mañana me levante a buscar lo que no se me había perdido; un acto que hacía con frecuencia, pero, luego del Huracán María, dejé de hacer. Lo considero un hábito divertido porque me encuentro cosas que no esperaba encontrar. Aparecen objetos o libros, papelitos con mensajes positivos, que me recuerdan momentos y situaciones muy importantes en mi vida. (Algo parecido me ocurre con la música, pero de eso escribo otro día).

Tan pronto desayuné y me pesé, hay que hacerlo diario para ver cuánto comí el día anterior y hacer los ajustes correspondientes durante el día, me metí en la oficina a buscar lo que no se me había perdido. Antes puse a funcionar el acondicionador de aire, la computadora y, en lo que cargaba el sistema operativo de mi aparatito viejo, abrí una de las puertas de la pequeña biblioteca y me topé con una foto que hacía años no veía. Era del día de mi graduación de maestría luego de defender tesis en el Programa Graduado en Traducción. Estaba yo con mi toga y birrete, pero lo que me emocionó más fue la personita que se encontraba a mi lado con una sonrisa más amplia que la mía. Mi querida amiga Angie. Tan pronto, Angie se enteró de la graduación, pidió permiso a los cocorocos de la UPR para que le permitieran estar en el escenario durante la graduación y ser la segunda persona, luego del presidente obviamente, en felicitarme por tal logro.


De ahí la mente se fue a otro momento, como el del 16 de mayo de 2018, en el que, a última hora, me sirvió de testigo en un evento memorable. Recordé momentos compartidos con ella y las aventuras, como cuando nos reuníamos en Ponderosa de la parada 18 y el viaje que compartimos a la ciudad que nunca duerme. Éramos más y, por carambola, recordé a otra personita, amiga de ambos, a Mayra, quien fue la responsable de que tuviese una entrevista que resultó en mi entrada al programa graduado y encima fue lectora y parte de mi panel de tesis.


Mientras pensaba en todo esto, no noté, hasta un rato después, cómo la cara se me había relajado y tenía una sonrisa. La respiración se desaceleró. El dolor de espalda amainó. Me envolvió un sentimiento de agradecimiento por estas dos mujeres, aunque hay más, que me abrieron puertas para que lograse lo que por largo tiempo pensé no podría.


Siempre ocurre lo mismo, cada vez que busco lo que no se me ha perdido, me encuentro cosas, artefactos, revistas extraordinarios que me transportan a recuerdos gratos y la comprensión que me lleva a afirmar, como ya conocen el lema del cartel que está en la puerta de la oficina, lo que pueda lograr solo lo sabré cuando lo intente. Y así fue que encontré lo que no se me había perdido esta mañana. Paz.

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