Estábamos frente a frente. Mi copa de vino estaba a mitad y la de ella
estaba completa. La miré a los ojos y pregunté: defíneme el amor con una sola
palabra. Echó la cabeza hacia atrás y se pasó la mano por la porción de la
melena que le caía sobre el hombro y me dijo: Mierda, no se me ocurre una
palabra. ¿Acaso nuestra hija no es el
producto de nuestro amor?, pregunté. ¿Acaso no nació ella del fuego y la pasión
entre nosotros? Por dios, no te comprendo, me interrumpió. ¿A qué viene este
cuestionamiento indefinible? No tengo paz desde hace unos meses, amor mío, le
dije. Siento que caigo en la inmensidad de un precipicio vertiginoso. Ella no
hizo nada por consolarme. Es como si la aventura que comenzáramos hace décadas,
el compromiso inmarcesible haya terminado igual que la comunicación entre
nosotros. ¿Inmarcesible?, me interrumpió. Que no se puede marchitar, le aclaré.
Pero siguió diciéndome, el amor no es para definirlo, es para vivirlo. De mí
solo tuviste mi entrega total, te di la pureza de la paciencia y el sacrificio.
Sí tuvimos un compromiso y la confianza de decirnos todo, ya fuese una locura.
Vivimos en armonía hasta que cambiaste. Lo sublime de la relación dejó de ser
inmarcesible, como dices. Perdí la paciencia. La felicidad se fue apagando día
a día al mismo ritmo que aumentaban tus amoríos y traiciones. Te alejaste,
dije. No fui yo. La comida del alma la hemos perdido. Se ha vuelto costumbre, cenizas de
un pasado en nuestro presente. Fue la empatía fúrica entre los dos cuando había
unión de nuestros cuerpos.¿Quieres que te defina el amor? No hace falta. No te amo. No quiero verte más..
Me levanté
del piso. Traté de abrazarla, pero fue esquiva. Agarré mi chaquetón, le pagué.
¿A la misma hora la semana que viene? Como gustes. Cabizbajo salí de aquel
cuarto de hotel, lloroso porque aún te llevo en mi recuerdo.
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