Era el 1975. Vivía en un apartamento alquilado en un tercer piso de un edificio viejo en la avenida Ponce de León que miraba hacia a la academia de baile de Nana Hudo. Trabajaba aún en el Tribunal de San Juan y tenía un carrito Mazda que le llamábamos el Correcaminos porque siempre estaba en movimiento y deprisa.
Mi amiga María de los Ángeles Adelaida Avelina Ponce --pero que apodábamos Cuca-- había regresado de España, con sus cuatro cachorritos, a vivir en la casa de sus padres en la calle Bouret. Cuca había trabajado en televisión y sustituyó a Teresita en el Colegio de la Alegría. Lo más que recuerdo de Cuca era su voz melodiosa cuando hablaba por la radio y el vozarrón que sacaba al llamarme desde la calle para que bajara de mi palomar: MAAAAAAAAAAARCIALLLLLLLLLL.
Cuca comenzaba a trabajar en la estación radial del Gobierno, WIPR, y tenía un espacio en el que tocaba temas de interés. Fue Cuca la que se me acercó para invitarme a ir a la calle San Sebastián a participar de las fiestas porque quería hacer un reportaje acerca de las mismas. Por supuesto que accedí. Llegada la tarde, Cuca desgarró su grito tipo Tarzán --MAAAAAAARCIALLLL--; saqué la mano por la ventana para indicarle que ya bajaba. Nos encaramamos en el Correcaminos y partimos hacía San Juan.
Gloria a Dios en las alturas. Recogieron las basuras…
Llegamos alrededor de las 6:30 de la tarde. No recuerdo dónde dejamos el carro. No sé si subimos la cuesta o simplemente estacionamos cerca de la calle.
Apurad que allí os espero si queréis venir pues cae la noche y ya se van nuestras miserias a dormir.
Noté que había poca gente, quizá por lo temprano. Paseamos por la calle para ver lo poco que tenían colgado en las paredes. Sólo me impresionó un tríptico fotográfico con una pepa de mangó chupada en cada uno de sus segmentos. No sé a quién le interesaría exponer tal cosa en su casa, pero a mí no me gustó.
Entre los que conocí esa tarde, estaba Cajigas. Vestía una camisa tipo Apache, de líneas horizontales y un pañuelo en el cuello. Me impresionó cuando me dijo que tenía 40 años porque parecía de 30 como mucho. Obviamente, su figurita delgada le ayudaba muchísimo. Recuerdo que me habló de intención de montar un taller en la zona portuaria en San Juan.
En ese momento, Cuca me agarró de la mano y me arrastró hasta Los Hijos de Borinquen. Se había encontrado con Ratty Izquierdo, una de las cantantes de la orquesta de Richie Ray y quería que la conociera. Comenzamos a conversar con el dueño de los Hijos quien, de inmediato, nos hizo pasar a un salón al fondo del negocio. Allí se declamó, se cantó. Recuerdo que le comenté a Cuca que la actividad me recordaba la canción La Fiesta de Joan Manuel Serrat. Y hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha. Esa noche se mezclaban la gente encopetada de la ciudad con la parte pueblerina de La Perla.
Ya entrada la noche, conocí a los pintores de San Juan. Conocí a Maldonado, a Miguel Hernández apodado el pintor primitivo. Nos metimos en el Bija, el taller de pintores donde conocí a Tufiño. Compartí con Tufiño, bebí con Tufiño.
Más tarde y con más tragos, salimos a la Plaza San José y cantamos. Ella murió y yo le puse… De repente, alguien se acerca a cantar con nosotros y me empuja para que le hiciera espacio en el grupo. Era Mañengue que había subido de La Perla. Cantamos, bailamos, disfrutamos.
Esa noche fue la noche que Tufiño me regaló y me autografió el cartel representativo de las Fiestas. «A mi amigo Marcial…» Esa noche bajamos la cuesta cuando arriba en la calle se acabó la fiesta. Fue una noche mágica, fue de bohemia y fue una noche de fiesta inolvidable.
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