Comienza un nuevo año, pero las expectativas vienen desde el año uno. Desde que recuerdo, la gente ha tenido expectativas de que la vida los trate mejor, de que el año nuevo traiga muchas cosas buenas, prácticamente de todo.
Las expectativas más significativas de principio de año son tratar y lograr bajar de peso. No sé por qué porque la comida puertorriqueña que se prepara durante la Navidad no engorda. Qué va.
Cada vez que comienza un año nuevo están las expectativas de los que viven con la esperanza de pegarse en la lotería o en la loto para así dejar de trabajar y vivir de la ganancia del premio. Están las solteronas que esperan que les llegue el príncipe azul, blanco de ojos azules y rubio americanito que las desposará y pondrá a vivir como Makeda, reina de Saba.
Pero a nadie se le ocurre pedir que el año nuevo traiga cerebros e integridad a los políticos del país. Nadie pide que venga otro avaro con más poder y los bote de la legislatura y de las agencias que saquean.
Yo me niego a vivir con expectativas. Defino “expectativas” como lo que quiero que la vida me regale o permita que ocurra. Tener expectativas es vivir con la creencia de que la vida se desarrollará como yo quiero que se desarrolle, que la gente hará lo que quiero que haga. Nada más lejos de la verdad. Las veces que lo he tratado, me he dado contra la pared. Cada cual hace lo que le sale de su reverendo…
Cuando niño, soñaba con que las Navidades duraran más para poder jugar con los juguetes que me traían los Reyes Magos. Se me dio. Santi Clos, como dicen los que salieron de Cuba y dejaron encerrado medio millón, me comenzó a traer los juguetes.
Más adelante, deseé que pudiera mantener un peso normal. Aquí lo logré cuando descubrí que morirme de hambre hacía que perdiera peso. Por años me mantuve a calditos para tener un peso en el que pudiera ponerme los pantalones a la cadera llamados “hip-hoggers” y los “bell-buttoms”. Tan pronto me gradué, que el hambre pudo más y me di cuenta que me había dañado el estómago, se perdió la cinturita que tuve y regresé al peso normal que sobrepasa las 200 libras.
Sin embargo, vivir con expectativas se puede considerar como soñar con pajaritos preña’os. Gran parte de las veces, las personas terminan frustradas.
Trato de aceptar la vida con lo que me ofrece. No puedo tener expectativas de que un político sea honesto, vertical y con palabra porque eso es como pedirle peras al olmo. No tengo control de que los días se desarrollen como quiero; hay que aceptar lo que venga como venga y disfrutármelo. Las veces que permito que el universo se manifieste sin que meta la mano, los resultados son asombrosos y muy beneficiosos para mí. Y tengo momentos de verdadera felicidad. Pero mejor aun, no sufro.
Lo que me entristece es que antes mi país tenía expectativas y vivía esperanzado de que la situación económica mejoraría. Hoy veo como mi pueblo enloquece más por la desesperanza de haber caído en hoyo sin salida. La siquis puertorriqueña ha establecido la agresión contra su conciudadano como respuesta ante la impotencia y la frustración, y tal parece que a nadie le importa un comino.
Los gobiernos se han hecho de la vista larga ante la necesidad apremiante de resolver los problemas del pueblo y de sus ciudadanos, no de sus correligionarios exclusivamente. Hay que tomar las riendas en serio y establecer prioridades. No basta con poner cartelones que nos “enseñen” los valores a distancia, hay que vivirlos mediante el ejemplo. No se puede seguir engañando a un pueblo. Si no cambiamos, seguiremos derechito al holocausto. Sólo se quedarán en la isla las cucarachas, los cubanos y los dominicanos indocumentados.
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