viernes, 19 de agosto de 2011

Mis pinitos en el teatro puertorriqueño

Doctor: Se salvará.

Los Keller: Gracias a Dios.

Doctor: Tienen ustedes suerte; puedo decirlo ahora. Sinceramente, pensé que no se salvaría.

Con estos bocadillos comenzaba la obra teatral Ana de los Milagros, inspirada en la vida de Hellen Keller. Esta pieza se repuso en el Teatro Tapia en la década de los 70 para celebrar el decimoquinto aniversario de Producciones Cisne, la compañía de teatro de la productora Myrna Casas y la primera actriz Josie Pérez. «Se salvara» fue lo primero que dije cuando hice mi debut en el Teatro Tapia. Había logrado mi sueño.


El gusanito de la actuación comenzó mientras estudiaba el sexto grado. Recuerdo vagamente que participé en unas competencias de oratoria, pero no recuerdo cuál fue la pieza dramática que interpreté. Luego de un hiato de varios años y ya en tercer año de escuela superior, una monja me invitó a pertenecer al grupo de oratoria. Ya me encontraba en la etapa de reclusión y timidez y me negué. A insistencia de la monja, me di la oportunidad.


Mi primera representación era interpretar al personaje del cuento El corazón delator (The Tell-Tale Heart) cuyo autor es mi escritor favorito: Edgar Allan Poe.
«¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco?»


La representación de un loco me salió natural. Siempre he tenido buena proyección y, aunque los nervios me estuvieran comiendo el estómago, con la dirección de la monja, me gané mi primera cinta en actuación. Ese año, también me gané la medalla de oratoria. Mi competencia ese año era Carlos Camacho, pero --como me pasaría el año siguiente-- la monja hizo como en los oscares, no se la concedió al que se graduaba, sino al que se quedaba. Siempre entendí que Carlos merecía la medalla más que yo.


El año siguiente, comencé a buscar material para las competencias de ese año. La monja me ofrecía el fragmento llamado El botón, y yo me negaba porque era volver a representar a otro loco. Traté de representar a Cal en Al este del Edén, pero el discurso no fluía, la actuación era débil. Ya cansado de varios intentos, accedí a convertirme en el preso en El botón.
«La escena es un calabozo en una prisión estadounidense.» Así comenzaba mi fragmento.


Recuerdo que competí en el Colegio San Antonio y me gané una cinta. Pero fue en mi propio colegio en Puerta de Tierra, mi barrio, donde me llevé el trofeo al obtener el segunda lugar. Parece que el grito desgarrador al final de la pieza fue extremadamente convincente. «No, No, Mike, AHHHHHHHH!»


Ya en tercer año de la universidad, decidí que las electivas las tomaría en teatro. Mi primer curso era un laboratorio que valía 3 créditos, pero la clase era de 8 horas a la semana. La primera hora era de pantomima con Gilda Navarra. Luego seguía hora y media de actuación con Dean Zayas. Y por último, hora y media de declamación con Maricusa Ornes. En esta clase compartí con Raulito Carbonell, Rosita Velázquez, Carmen Nydia Velázquez (Susa la de Epifanio) y, si mi memoria no me falla, con Consuelito, la sobrina de Julia de Burgos. Todo marchó muy bien, hasta que llegaron las notas. Yo esperaba «A» y saqué una «B»; hasta ahí llegaron las electivas en teatro.


Ya graduado, me invitaron participar en una obra llamada La oración de Yambó. Este fue mi debut teatral en el Ateneo Puertorriqueño. Aquí representaba a un sacerdote. Como la compañía era pequeña, había que buscar la utilería donde se pudiera conseguir. Mi prima tenía un amigo que era seminarista y le pidió prestada su sotana. Un problema que había era que había que avejentarme. No podía dejarme ni barba ni bigote porque no me crecía ni un pelo en la cara. Recurrimos al maquillaje y diríamos que logramos el cometido.


Cuando salí a escena, todo fluyó muy bien. Mis nervios estaban controlados, pero las piernas mías decidieron sabotearme la escena. Cuando terminé, la directora me señaló que para la próxima función tenía que tomare un té de tila o manzanilla porque la sotana no dejó de bailar durante mi actuación.


Mientras estaba en esta compañía, conocí a Edmundo Rivera Álvarez. Casi todos los de la compañía habían estudiado con él y lo conocían muy bien. Los exabruptos de don Edmundo le precedían. Edmundo tenía una obra y necesitaba varios personajes para el montaje. La pieza se llamaba Adán tenía malas costumbres. Creo que, como fui el que menos interés mostró y menos pleitesías le rindió, pero a mí fue que me ofreció el personaje del Caín.


Presentamos la obra en un local pequeño en la parada quince. El escenario era sumamente incómodo y los movimientos apretados. No sé cómo fue pero de ahí partimos a la Universidad Interamericana en San Germán. El escenario que prepararon, creo que en el centro de estudiantes, era impresionante. Edmundo nos enfatizó que había que ampliar los movimientos.


Mi participación en Adán tenía malas costumbres comenzaba en el segundo acto de la obra. Para calmar los nervios, Edmundo había traído una botella de Chivas Regal para que cada uno se diera un palito de güisqui antes de comenzar. Es aquí que me quedo solo y mientras esperaba, me tomo mi palito de güisqui. Como seguía esperando, me tomé otro más. Me tomé otro más y otro más.


Cuando bajan todos durante el receso, Edmundo mira la botella, me mira y me acusa: «Le dije que era un traguito y no la botella entera». Mi respuesta fue: «¡Ay!, Edmundo, usted sabe que yo no bebo». Esa noche corrí por el escenario. Esa noche mis comentarios lascivos hacía Eva quedaron de show. Esa noche, al sentarme en el piso, me corté con un pedazo de espejo que se rompía en escena. Muy hábil, apreté la cortadura y la solté en el momento que Caín agrede a Abel con la quijada de burro. Esa noche, Abel sangró de veras.


La experiencia con Edmundo me llevó entonces a participar con Producciones Cisne. Luego de Ana de los milagros, mi segunda participación con la compañía fue Corona de amor y muerte de Alejandro Casona donde personifiqué el Alvargonzález.

Después de esta producción, sopesé mi futuro en el teatro puertorriqueño. Era un tipo imberbe con una corpulencia de anciano. Había que luchar para salir de los bolitos. Mi competencia en ese momento lo sería Bizcocho. Pudimos haber hecho el dúo noche y día, pero no fue así. Yo tenía un trabajo que me gustaba y tenía un sueldo fijo; mis compañeros de teatro vivían de la ilusión. Luego de pensarlo bien, decidí quedarme con mi trabajo seguro. Después de Corona de amor y muerte, me despedí de las tablas e hice mutis por el foro.

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