viernes, 10 de diciembre de 2010

Valores puertorriqueños

Siempre se ha hablado de que los tiempos pasados han sido mejores que los tiempos modernos. Esta aseveración la escuchan hasta la nausea la generación más joven, y son los jóvenes lo que son menos tolerantes de lo que fue; sin embargo, manifiestan más apertura a lo que es y lo que será.

En mi caso, ya me he unido a los que piensan que los tiempos pasados han sido mejores. La única defensa que tengo es la comparación de los valores que existían en décadas pasadas y los nuevos valores que hoy rigen en nuestra Isla.

Uno de los valores que nos enaltecía era la honestidad. El que nos catalogaran como persona honesta era como haberse ganado la lotería. Había orgullo de que catalogaran a uno como honesto. Hoy, la honestidad se utiliza como mote de los estúpidos que cumplen con las leyes establecidas, y patrocinan la ley y el orden.

Me acuerdo de los tiempos en que la puntualidad y la responsabilidad imperaban en los centros de trabajo. Era raro ver llegar tarde a un empleado y que firmara como que había llegado temprano o de que un compañero «ponchara» la tarjeta a otro. Como la gente era honesta se entendía que había actuado de manera recta y vertical. No se desconfiaba de nadie.

La comunicación era menos complicada porque la instrucción era limitada, pero se hablaba con el corazón. La gente hablaba en palabras sencillas e imperaba la prudencia. Con mucho respeto, la gente expresaba la crítica constructiva de manera elegante. En momentos, era fascinante la manera en que se recurría a injurias tan elegantes que, más que indignarse, lo que daba ganas era de darle las gracias a quien las profería. Hoy, mientras más instrucción tenemos, menos educación manifestamos. A mayor grado de escolaridad, más grotesca la manera de expresar lo que sentimos. Lo bello se ha convertido en feo, anacrónico y arcaico.

El servicio que ofrecía el empleado de cualquier empresa o agencia lo hacía con un sentido de altruismo, orgulloso de poder ayudar al que necesitara el servicio que se ofrecía. Había respeto por el necesitado. La sensibilidad permitía que hubiese empatía con quien tuviese la urgencia de algún servicio o bien. Se caminaba la milla extra no porque lo jefes notaran que se destacaba, sino porque su sentido de civismo le obligaba a hacerlo. Los necesitados eran más pacientes, no porque fueran los que necesitaran, sino que vivían con menos prisa. Habría un sentido de gratitud al recibir lo que se fuera a buscar, y nuevamente imperaba el respeto entre todos.

Recuerdo los tiempos en que la amistad contaba con un sentido de lealtad, comprensión, desprendimiento, solidaridad y optimismo. La alegría del amigo era la alegría del otro. El triunfo de un amigo era el triunfo del otro. El fracaso de uno era el fracaso del otro. Había una competencia sana que impulsaba a los amigos a superarse, a buscar una ruta mejor para el éxito. No existía la traición ni la actitud bajuna de «quítate tú que ahora voy yo».

La palabra era palabra de caballeros y palabra comprometida era palabra sagrada. No había desconfianza porque se daba por sentado que quien comprometía su palabra era una persona íntegra. Hoy nos cansamos de ver cómo, y hasta bajo juramento, se miente descaradamente. Lo vemos en todas las esferas sociales comenzando con el «comandante y jefe» de esta tierra hasta los que nos representan en la legislatura y los que van a buscar ayuda a las agencias gubernamentales.

Los valores han ido despareciendo. Con el advenimiento del «progreso» industrial, estamos yendo en retroceso moral. La pobreza intelectual y moral se está apoderando de los puertorriqueños a la misma vez que se llenan los bolsillos con la codicia, la envidia y el hedonismo desmedido. Vemos como no hay lealtad. La política del más fuerte es la que rige nuestras organizaciones. Impera el mollero, la intransigencia, el egocentrismo y el engaño.

Hoy vivimos momentos en que lo que nos puede liberar, la instrucción de un pueblo, está amenazada de muerte. La instrucción es la llave que abre la puerta del raciocinio, del discernimiento, de la verdad.  Como pueblo, nos estamos convirtiendo en una masa de sanguijuelas sociales, en arrimaos en nuestra propia tierra. Necesitamos hacer un examen de conciencia para buscar alternativas para salir del estancamiento en que nos encontramos. Necesitamos regresar a los valores que tuvimos y que nos hicieron gente como pueblo y que nos hizo un pueblo noble. Necesitamos armarnos de valor para decir responsablemente que nuestra esencia no es lo que manifestamos hoy. Somos un pueblo maltratado y que vive confundido porque está perdiendo su identidad. Pero la guerra no se pierde si logramos mantener la llamita de esperanza encendida. Tenemos la capacidad, nos falta la confianza y la motivación.

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