Mi tío Bardín --se llamaba Eduardo-- era el tío más pintoresco que tenía. Era hermano de crianza de mi mamá y siempre estuvo bien pendiente ella después que ella enviudó.
De joven, se mudó a Chicago porque trabaja con la Compañía Nabisco. Periódicamente, nos visitaba y se quedaba a dormir con nosotros, específicamente en mi cuarto. La primera noche de su llegada, mi tío se sentaba a tomar cervezas hasta que quedaba casi en estado inconsciente. Una de esas noches, entré al cuarto y me preguntó: «Nene, ¿y qué tú haces aquí?». Yo, como buen sobrino, le seguí la corriente y le dije que estaba con mi mamá. (Mi papá estaba trabajando, así que no dije mentira.) De inmediato preguntó que a qué hora llegamos. No recuerdo la hora que le dije, pero mi madre ya tenía la oreja parada, entró en el cuarto, lo sacó de la inconciencia y a mí del cuarto. Fuera del cuarto, las carcajadas se oían por toda la casa porque no podía contenerme de la risa. Dentro de su borrachera, Bardín creyó que mi mamá y yo habíamos viajado a Chicago y que nos encontrábamos en su casa.
Con los años, mi tío se retiró y regresó a vivir a Puerto Rico. Antes de mudarse a El Falansterio, vivió un sinnúmero de años en un edificio al lado del Teatro Sylvia Rexach. Tenía un metal de voz fuerte y un cantaíto al hablar muy particular. No sé por qué, pero nunca aprendió a decir «doctor», sino que decía «dotor».
De las veces que vi La verdadera historia de Pedro Navaja, me pareció escucharle porque José Félix Gómez, en el papel de Pedro Navaja, lo imitaba a la perfección. Mi teoría es que José Félix lo escuchó y copió su estilo para crear su personaje.
Como el apartamiento que tenía en Puerta de Tierra era alquilado, a sugerencia de mi madre, Bardín compró un apartamiento en la letra «C» de El Falansterio, el edificio contiguo al que nosotros vivíamos.
Siempre que salía con mi familia, me lo llevaba. Mi papá y él tenían los mismos gustos: le gustaba la cerveza y eran fanáticos del PPD. Más bien parecían hermanos porque siempre se pasaban pegándose vellones uno al otro.
En una ocasión luego de que mi padre muriera, tuve que llevar a mi madre y a Bardín a Jayuya porque el hermano mayor y compadre de mi madre había muerto. Irónicamente, murió el Día de las Brujas. Como era día de semana, les dije que los llevaría hasta Jayuya, pero ellos deberían regresar en carro público. Para este tiempo, la ruta que utilizaba para llegar a Jayuya era la ruta de Frontón, un barrio de Ciales. Mi intención era llegar lo más rápido posible porque quería regresar temprano. A mitad de viaje, mi tío grita: «PÁRATE AQUÍ, PÁRATE AQUÍ». Me detuve e inmediato y le pregunté qué pasaba. Me dijo: «Déjame salir, avanza». Pensé que le había pasado algo, pero no. Salió del carro dando un salto se metió en una barra que acabábamos de pasar. Allí pidió dos cervezas y se las tomó de un tirón. Cuando iba para la tercera, le dije que o se montaba en carro o allí lo dejaba. Canceló la tercera cerveza y regresó al carro. Desde esa vez me difamó diciendo que no se montaba más conmigo porque lo llevaba siempre como entierro de pobre.
Bardín tenía varios hijos de matrimonios distintos. Tenía una hija, la mayor, llamada Juana Marta que vivía en Connecticut. Una mujer negra como la noche y con ojos grandes, pero con un cuerpo de mulata entrada en carnes impresionante. De los hijos, Juana Marta era la más que lo visitaba. El hijo que tenía en Puerto Rico no lo visitaba porque, por tonterías que jamás conocí, se juntaban y salían enojados.
Cuando mi tío enfermó como consecuencia del cáncer, mi mamá fue la que se hizo cargo y estaba pendiente de él. Ya a finales de su jornada terrenal, Juana Marta vino porque mi tío le informó que tenía un dinerito en el banco. Rauda y veloz, apareció un día por El Falansterio con una silla de ruedas y lo llevó al banco. Allí tuvieron al pobre hombre casi todo el día sin almorzar hasta que terminaron con todos los documentos en los que la «gran hija» quedaba como albacea. Después de que se firmaron los papeles, ella se regresó a Conérico --como decía Bardín-- y regresó exclusivamente para el entierro de Bardín.
Luego de eso, mi tío fue ingresado al hospital. Mi madre velaba que estuviera aseado y, en ocasiones, lo ayudaba a afeitarse. La última vez que fui al hospital acompañaba a mi madre que iba a recoger la ropa que le lavaría. Cuando llegamos a la habitación, vimos la cama vacía. Mi madre pensó que lo habían cambiado de cuarto. De inmediato sospeché que había muerto. Mis primas también llegaron a verle y se encontraron con la cama vacía. Luego de un rato, nos informaron que ciertamente Bardín había muerto.
Mi madre, que parece tener una guía de cómo se celebran los velorios, decidió que lo llevaría a la funeraria en Puerta de Tierra y se enterraría en Jayuya porque así lo dispuso él. Yo le sugerí que llamara a Jayuya y que pidiera a los sobrinos que enviaran el carro fúnebre para que recogieran el cadáver, se lo llevaran, velaran y lo enterraran en Jayuya. Para mi sorpresa, mi madre me escuchó esa vez y estuvo de acuerdo conmigo, por lo que así se hizo.
Mi madre que no perdonó a Juana Marta por el trato cruel que tuvo con mi tío, la llamó a regañadientes para informarle lo sucedido. Cuando levantaron el teléfono al otro extremo, quien contestó fue la hija de Juana Marta. Mi madre preguntó por Juana Marta y la hija le dijo que estaba con un ataque de nervios porque se acaba de enterar de que su abuela había muerto; es decir, la mamá de Juana Marta. De inmediato, mi madre con toda la mala intención del mundo le dijo: «Pues, mira, nena, dile que también se le murió el pai». De inmediato, todos escuchamos los gritos que se oían por el auricular del teléfono. Mi madre, quizá por nervios, se reía como cobrando la que esta sanguijuela le habían hecho a su hermano.
Al final, los sobrinos buscaron el cadáver con el dueño de la Funeraria. En Jayuya, hay dos funerarias: en una se velan los que son simpatizantes del PPD y en otra los del PNP. Lo irónico de todo fue que, siendo Bardín tan fanático del Partido Popular Democrático, como los sobrinos son todos simpatizantes del PNP, el cadáver del pobre Bardín terminó velándose en la funeraria PNP.
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