Los días de reyes siempre son memorables para mí. De niño, recuerdo los «Acuéstese y deja eso para mañana» de mi papá cuando me levantaba de madrugada a ver lo que me habían traído los reyes. Lo mismo ocurría por el vecindario. También recuerdo la vez que, en la víspera, cruzamos la calle y paramos cerca de la vía del tren a cortar yerba para los camellos y él, sin querer, pasó el cuchillo muy cerca de mí y me cortó el muslo. Esa víspera no fue nada grata para él. Creo que sufrió más la cortadura que yo. Pero, aun así, los reyes llegaron.
Ya de adulto la llegada de los reyes el año
siguiente al Huracán María también fue memorable. En la víspera, fue el día en
que la Autoridad de Energía Eléctrica reestableció el servicio en el bolsillo
dentro del bolsillo que se encontraba dentro de otro bolsillo donde vivía. Recuerdo la contentura que me entró cuando vi
aumentar los números digitales del contador de luz recién instalado. Lo primero
que hice fue encender el calentador y darme un duchazo de agua caliente. Luego,
terminar de empacar los bártulos porque al día siguiente, Día de Reyes, saldría
en el último viaje en un crucero por el Caribe.
Me caminé la Meca y la Tuntuneca con un bastón prestado que, al final,
dejé olvidado cuando me bajé del barco. Lo próximo sería el reemplazo de cadera
el mes siguiente.
El Día de reyes del año siguiente fue el
año en que la tierra se movió sabrosa y nos regaló el terremoto que destruyó
gran parte del sur de la isla. Recuerdo
que salí a ver cómo estaban las cosas en casa de mi mamá y ella, ya con los
comienzos de la condición, no paraba de repetir cómo le habían movido la
cama. Si mal no recuerdo, ese día tomé
la decisión de mudarnos a Morovis y vivir todos juntos. Tres meses más tarde, llegó lo que se suponía
que no llegara porque China estaba muy lejos: el covid-19.
Durante el año 2020, el Día de Reyes pasó
sin pena ni gloria. Todavía estábamos renuentes a reunirnos, a salir de nuestra
burbuja de seguridad. Aún estábamos en
espera de la famosa vacuna. En febrero, mi mamá y yo recibimos nuestra primera dosis. Entonces, nuestros viajes por la isla sin
bajarnos del carro se redujeron. Nos atrevimos a ir a un centro comercial por primera
vez. Y ella fue feliz metiéndose por entremedio de los pasillos llenos de
telas.
Este año, el Día de Reyes, ha comenzado
silente. Ella duerme porque se acostó tarde anoche. Yo amanecí pensativo, con
la cabeza evaluando todos estos períodos navideños. Hace más de dos años que no
vemos la familia en Jayuya. Sin embargo, por alguna extraña razón. Nos hemos
encontrado por la redes sociales.
Algunos nos hemos hablado por teléfono y varios de los sobrinos de mi
mamá han hablado con ella. ¿Y cuál tú eres? Yo soy el hijo de su hermano; yo
soy la hija de su hermana, tía. Ella ríe cuando habla con ellos. Hemos sufrido en la distancia la pérdida de
parientes víctimas de esta pandemia que se resiste a morir.
No ha sido hasta hoy que he caído en cuenta
de que, durante estas navidades, he sentido el espíritu de la Navidad conmigo.
No lo tenía desde hace años. Esta mañana
amanecí cantando mentalmente la canción de Andrés Jiménez: Caballitos de palo.
El Día de Reyes, un niño pobre
recibe un sobre con un mensaje
Una postal, dice este año
no habrá juguetes, firma Gaspar.
No te preocupes Gaspar
dice risueño aquel niño mi regalo es el
cariño
de mamá, papá y mi hogar.
Que este Día de Reyes, sea uno en que el cariño
y el amor se manifieste en todos los hogares de mi país, en especial que nos
sigan días repletos de salud y más vida.
Felicidades.
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