sábado, 5 de diciembre de 2020

El golpe de la puerta contra la pared


Escuché el golpe de la puerta contra la pared seguido de los taquitos, camino del baño. Miro el reloj y son las siete de la mañana. Enseguida salgo de la cama, estiro la colcha y la visto.
Con el rabo del ojo, la veo salir del baño y regresar a su cuarto. Está en bata de dormir. No nota que la veo. Cierra. Mientras tanto, llego hasta el celular. Abro la aplicación y escojo música navideña. Lucecita es demasiado estridente para mí a esta hora de la mañana. Busco música instrumental que me recuerde la música que me transportaba a un lugar mágico durante mis años en la escuela de monjas de nuestra señora. Encuentro la que busco y ajusto el volumen a mi gusto matutino. Llego a la cocina y empiezo la rutina diaria. Sé que se tardará, por lo que empiezo por hacer mi desayuno. A punto de comenzar, ella sale del cuarto y se vuelve a meter en el baño. Ya le he preparado todo para cuando sale. Llega parsimoniosa a donde nos desayunamos. Muda. Muy diferente a lo alerta que estuvo ayer cuando regresábamos a Morovis de llevar su carro al mecánico.
A mi me traen siempre por aquí.
¿De veras?, le contesto.
Sí, por esta misma carretera.
Pero hemos pasado por aquí cuando vamos para Morovis.
No, es otro lugar. Siempre me traen por aquí. Y entonces me llevan a un sitio y tiran allí.
¿¡Cómo!?
Carcajadas de ella.
Sí, es verdad. Ellos me traen por este mismo sitio y me llevan a una casa y me dejan allí.
Carcajadas de los tres.
¿Pero quiénes son ellos?
Una gente que yo no sé.
Carcajadas de todos.
Mami, somos nosotros.
No, no son ustedes. Ustedes regresan a San Juan. A mí me dejan allí.
Carcajadas de todos.
Son una gente que me llevan a un edificio como blanco…
Carcajadas de todos.
…y me dejan.
¿Pero sola?
Sí.
Carcajadas de ella.
¿Y te dan comida?
Qué… me van a dar comida. Me tiran en el cuarto y se van.
Carcajadas de todos.
Mira, por aquí es… Yo te digo… Ay, escucha, escucha. Feliz Navidad… Feliz Navidad…
Llegamos a Morovis y dimos una vuelta para ver la decoración del pueblo. Preguntó dónde estábamos.
Morovis.
Ah, estamos en Morovis.
¿Aquí es que te traen?
No.
Y no dijo más hasta llegar a la casa. Ni siquiera cuánto disfrutamos con sus ocurrencias durante viaje de regreso. No pudimos enterarnos cuál era el lugar al que ella se refería. Ya había olvidado el asunto.

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