He creado este blog para liberar toda la toxina que a veces llevo en mi mente. Esta es la válvula de escape para mantener la cordura.
sábado, 10 de mayo de 2014
Laissez-faire
El aguacero que caía aquella mañana víspera del Día de las Madres no fue suficiente para aplacar las llamas que consumían mi casa. Tan contenta que me levanté. Me desperté con hambre luego de mucho tiempo de inapetencia. La quimioterapia había logrado lo que las pastillas para rebajar no pudieron: controlar mi apetito voraz. Si tan solo hubiera estado más pendiente de lo que hacía en la cocina, en vez de estar testeando a Juan para saber cuándo regresaba de su viaje al exterior, si Martín no hubiera insistido en salir a hacer sus necesidades en aquel momento inoportuno, no me hubiese quedado fuera de la casa con el sartén lleno de aceite sobre la hornilla encendida a toda capacidad. Le cantaleteé a Juan, que no me gustaba que aquella puerta se cerrara sola porque me quedaba afuera de la casa a cada rato. Odie a Martín desde que Juan lo trajo a la casa. Tenía la mirada torcida. Igual de torcida fue la mía cuando me vi fuera de la casa, totalmente imposibilitada de hacer nada. No nacían las fuerzas para romper ni las puertas ni las ventanas. El tratamiento contra el cáncer me robótoda la energía vital. Culpé a Martín. No, mi despiste fue el responsable. ¿Por qué Juan se antojó de que viviéramos tan apartados de los demás? He sido incapaz de hacer más de una cosa al mismo tiempo. Cuando regresey se encuentre sin casa me culpará. Todo echado a perder. Solo quedarán las escaleras en cemento como evidencia lo que fue nuestra casa soñada. No soportaré su mirada de odio. Los hermosos tonos azules de la pintura se transformaron en enormes parches de negro carbón. Lloré. Rabié. No fue buen día para amanecer con hambre. Me quedé sin nada. Solamente con la bata transparente que mostraba mi figura marchita y ajada, mis pechos caídos. Solo faltaba que el cáncer terminara conmigo. Tomé acción. Me acerqué a las llamas que escapaban fuera de la casa y dejé que me abrazaran. Lo primero que se pinto de fuego fue mi bata, luego las hilachas que me nacían en la cabeza. Era una llama fría. Temí que me consumiera el dolor, pero no. Reí. Por primera vez fui feliz. Me sentí como Juana de Arco, viva en las llamas. Una viga de madera cayó desde el alero y me tumbó inconsciente. Me vi salir de mí y llegar a estas ultratumba limbal y aquí espero lo que vendrá después. Lo peor es que sigo con hambre.
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